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No es lo mismo la medicina que la política, aunque en ambos casos necesitamos un buen diagnóstico para no meter la pata o provocar males mayores. Se requiere ojo clínico: una mezcla de conocimientos, experiencias e intuición que no todos alcanzan. Solo si acertamos con el diagnóstico podemos fiarnos del pronóstico que hagamos, es decir, el juicio anticipado sobre el curso de una dolencia o situación determinada. Con respecto a nuestro país, por ejemplo, podríamos afirmar que, en este momento, el diagnóstico es confuso y el pronóstico, reservado.

A partir de ahí, cada cual propone el tratamiento que considera más conveniente. Unos quieren amputar, otros reconstruir; hay remedios que se hacen virales e incluso algunos dirán que nos enfrentamos a infecciones largamente incubadas.

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Aunque exista la especialización (los que se dedican a los traumas, los del corazón, los de las alergias personales y los de las locuras transitorias…), el paciente o votante es indivisible y debemos tratarlo como adulto, sin tomarle el pelo ni contarle mentiras.

El vocabulario médico puede aplicarse a diferentes campos. Hay metástasis sociales, gangrenas de la convivencia, epidemias de fanatismo o diarrea mental de líderes carismáticos.

En cualquier caso, en la actual campaña por gobernar España, nos puede pasar como a l’amo en Xec de S’Uestrà, cuando soltó aquello tan gracioso de: «s’operació ha anat molt bé, però madona és morta».