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Hace unos días compré, entre otros, un libro sobre la gastronomía de las distintas regiones españolas, publicado en los primeros años del pasado siglo. Es francamente llamativo cómo se servía la mesa hace 94 años atrás. Un dato curioso: en las zonas de la Galicia marisquera podían verse en las dársenas portuarias a montones las centollas (cabra) y a unos precios que por mínimos parecen simbólicos, pero de eso ya era yo conocedor, de modo que lo que sí me ha llamado poderosamente la atención es cuando he leído que allá por el siglo XV, Valencia tenía ya ganada fama como recomendable sede del buen yantar. Todo y que allá por el 1400, el arroz era prácticamente ignorado en la cocina valenciana. Vaya usted ahora a convencer de esta orfandad a un cristiano valenciano. Por si fuera poca cosa, añadiré que no era solo Valencia la región levantina que apenas sabía del arroz con anguila y caracoles, el arroz del senyoret o la fastuosa paella, gloria de la gastronomía che. En los viejos recetarios de cocina apenas aparece el arroz, y cuando lo encontramos es en forma de harina de arroz.

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Hoy por fin llueve en la autonomía de Madrid (perdón por la extrapolación) después de varios meses sin hacerlo. Sentado en mi despacho a través de la ventana veo un día todo él de color de panzaburra. Que agradable me resulta leer viejos libros y para el caso ilustrándome mis ignorancias sobre el arroz, que yo creía que en Valencia, el arroz iba de la mano desde tiempos inmemoriales con el devenir de la ciudad del Turia, hoy me ilustro que la historia siempre guarda secretos para avisarnos que no somos otra cosa que unos ignorantes.