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Leerse los programas de las distintas candidaturas constituye un ejercicio mental recomendable, algo así como hacer sudokus para mantener la mente activa. Como cada vez se lee menos, los partidos tienden a resumir sus propuestas en un pasquín o volante, aunque lo llaman flyer, en inglés, por parecer más chic y moderno.

Dice la política clásica que el éxito de un partido descansa sobre tres ‘p’, partido, persona y programa, que tiene valor de contrato, o debería tenerlo, con el electorado. Alguien se acordará de Julio Anguita y el «programa, programa y programa» que repetía de forma machacona para dar importancia a esta tercera pata. Es interesante saber qué nos prometen aun sabiendo que luego harán lo que puedan.

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Los programas no deberían ser una proclamación de principios del estilo «trabajaremos para el bienestar de las personas de nuestro municipio». Resulta una obviedad, lo importante es decir qué medidas, acciones o decisiones se aplicarán para lograrlo. El uso de los verbos impulsar, fomentar, estudiar, promover, instar y otros parecidos son definiciones vagas, no comprometen. Tampoco sirve prometer nada sobre lo que no se tiene competencia. He leído los programas de un par de municipios donde abunda mucho «impulsar y fomentar» y poco o nada «nos comprometemos a», que son de más firmes intenciones.

Una de las promesas más comunes es el carril bici. Constituye una especie de latiguillo que se repite en todas las convocatorias. Es un buen anzuelo, un ardid para pescar algunos votos. En el último mandato, por ejemplo, no se pueden contar en kilómetros los carriles bici construidos, no hay más que aquellos que forman parte de la reforma de algunas calles urbanas, unos metros. Pero convengamos que pega bien en los programas y en esa retórica de construir un pueblo amable y sostenible. ¡Ay!