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Las elecciones son expresión del vulgo, están sobrevaloradas, pero son determinantes para sostener este sistema que en general es considerado el menos malo. Algunos expertos hace años que defienden la necesidad de evolucionar en el viejo principio de una persona un voto, y además iguales.

No es ese el debate más importante ahora cuando ya ha comenzado la fase de negociaciones para formar gobiernos en ayuntamientos y comunidades. De hecho, estas semanas son más trascendentes, el resultado es uno y la formación de mayorías, otro.

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Nos hemos habituado a los pactos, al acuerdo en despachos para perfeccionar el resultado de la cancha. Una contundente paliza puede devenir en un excelente resultado, a veces basta un golito, un escaño, para revertir la eliminatoria. Tuvimos un caso de una candidatura que hace 20 años logró la Alcaldía en Ciutadella con solo dos de los 21 concejales de la Corporación. Un buen arreglo.

Nos han acostumbrado a que no gobierne el más votado, aquí y en todas partes. El PSOE puede beneficiarse en Menorca y salir perjudicado, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid. La democracia también es esto, básicamente porque no se ha puesto remedio alguno a tantos defectos como muestra el sistema electoral. El que ha ganado y, por tanto, tiene opción a plantear el cambio piensa que el sistema no es tan malo si le ha permitido ganar.

Después de la elecciones empieza realmente la política, la inteligencia para perfeccionar el veredicto de las urnas. Se habla de programas, de coincidencias, pero el diálogo subterráneo es otro, qué obtiene cada cual, fiel aplicación de aquella definición según la cual la política trata simplemente de quién se lleva qué. Si faltó un Messi en la cancha, pongamos un Florentino en la mesa de negociación.