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A estas alturas me parece impresentable que en las últimas elecciones los escrutinios salieron en diferentes partes del país descabalados, desajustados en sus matemáticas, incluso podría yo decir que poco fiables, cuando ya en los muchos años que llevamos de escrutinios hemos sido un ejemplo en la industria del recuento electoral, por su limpieza, elegancia, rapidez y efectividad. A ver si nos va a pasar como al herrero de Arganda, que machacando hierro se le olvidó el oficio.

Aparte de la circunstancia señalada, el aumento de partidos que concurren a las elecciones convierte los pactos en una industria obligada para poder gobernar. El mercadillo de todo a cien se pone hecho una fiesta donde se comercia con el voto y por ende con la voluntad del votante, que descubre quizá demasiado tarde, que su voto es una mercadería en manos del político, que ya tiene sobre él todos los derechos y el votante ninguno.

Los que negocian parece que se esfuercen en poder pactar con partidos afines, pero a veces ni eso es posible. Si el político de un partido diferente a otro acaban pactando, enhorabuena; lo malo es que a veces, incluso antes de las elecciones en la campaña electoral andan ya a la greña: con este no pacto ni jarto vino, o sea que se llevan peor que se llevaba mi perdiguero y mi gato. Mi perdiguero dormía con su inseparable amigo el gato y dormían a pierna suelta, que yo sepa, nunca tuvieron un aullido o un ladrido más alto que el otro.

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Aquella extraña pareja era un ejemplo de efectividad a la hora de salir de casa, por sí mismo ninguno de los dos era capaz de abrir el pestillo, pero se subía el gato encima del lomo del perdiguero y así alcanzaba cómodamente a levantar el pestillo de la puerta de la calle, y salían todo ufanos, sabedores de lo bien que les rendía ese tipo de pactos.

No sé si mi perro y mi gato tuvieron nunca entre la clase política alguna analogía en esa industria de llevarse bien para alcanzar logros que satisfagan al votante que no se equivocó al elegirlos, o por contra, los políticos se llevan tan mal como el saber popular nos dice de la armonía entre el perro y el gato.

En lo de negociar para agavillar los votos necesarios para lograr una fuerza eficaz, tengo oído que entre los políticos españoles no se da precisamente una filosofía acrisolada, por más que pactos los hemos tenido de todos los colores, algunos incluso parecidos a una cosa contranatural. Pero ahora con la diversidad de partidos la necesidad de los pactos se convertirá en ciencia, caso pongo por caso de la decisión que parece haber tomado Manuel Valls, el ex primer ministro francés, candidato a la Alcaldía por la Plataforma Barcelona pel Canvi, que integra el partido de Albert Rivera que anunció el miércoles 29 de mayo de 2019, que ofrece los votos de sus seis concejales sin condiciones a un gobierno municipal entre los comunes de Ada Colau y los socialistas de Jaume Collboni. No pide nada a cambio. Dice que lo hacen para que Barcelona no acabe cayendo en las manos de independentistas. Pues ya me explicaran Ada Colau a que grupo constitucionalista pertenece, pues en tiempos cuando aún Puigdemont no era un huido de la Justicia, no parecía que se llevasen tan mal. En cualquier caso si este pacto se llevase a cabo que vendría a ser quien le otorgue nuevamente la primera vara municipal a Ada Colau, se podría decir que a esta le ha tocado en una rifa.