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De pronto me viene a la memoria esta frase de Noam Chomski: «La propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al estado totalitario» Estos días estoy «de guardia» en Barcelona, haciendo poco menos que de canguro con mi mujer en casa de mi hijo, que se ha ido de vacaciones. Por fortuna nos ha dejado el coche y hemos tenido cierta libertad de movimientos. Hemos podido ejercer de urbanitas, pese a ser más bien de pueblo, y hasta salir a visitar los alrededores de la ciudad. Supongo que a cualquier visitante le sorprendería ver la cantidad de lazos amarillos que adornan las barandillas, de banderas catalanas encumbradas en las copas de los árboles más altos, de retratos de los políticos independentistas colgados de los balcones, de lazos amarillos pintados en la calzada. Supongo que esa es la propaganda a la que se refiere Chomski en la frase aludida, la que se opone al cachiporrazo de la fuerza bruta. A la vista de todo esto uno se pregunta si todos los pueblos de España son conscientes de esta realidad, una realidad que ha estado latente durante muchos años. Lo cierto es que ni ahora ni antes, nunca he visto por aquí ni un atisbo de violencia, y en cambio siempre, incluso en los años sesenta, he notado el sentimiento independentista del pueblo catalán, algo que no creo que vaya a poder solucionarse de la noche a la mañana. No sé si la cachiporra es más fuerte que la democracia, ni si la pluma es más poderosa que la espada, pero me temo que tenemos conflicto para rato.

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A veces es bueno fijarse en lo que uno puede ver y tocar. No se trata de aprenderlo todo en los libros. Tengo un cuñado que se fue a vivir a Madrid para toda la vida, y regresó al cabo de tres años. Me dice que la concepción del mundo desde el centro no es, ni con mucho, la misma de la periferia. Yo le digo que ya conocía el centro, de cuando hice oposiciones, y él me replica que el Madrid de hace cuarenta años ya no es el mismo, que no es ni la mitad de juerguista, que es el doble de trabajador. Dice que el cambio se debe a que se han establecido grandes empresas en torno a la capital y ha cambiado la mentalidad de la gente, que hoy en día el pueblo de Madrid ya no encuentra siempre diversión, lo mismo en carnaval que en viernes de pasión, como quería la zarzuela Doña Francisquita. Bueno, posiblemente me convendría empaparme de la nueva realidad. A lo mejor existe un rayo de esperanza y los pueblos de España podremos llegar a entendernos sin cachiporra ni propaganda.