TW

Al verano menorquín, nos guste o no, le acompaña el asedio de una ‘cuchipandi’ que tiñe todo de color de rosa, super cuqui, muy ‘diver’ y happy flower. Como cuando muerdes una boñiga de Unicornio y la boca te sabe durante una semana a arco iris y a purpurina. Son una tribu urbana para la que sus vacaciones son ideales y ‘chupiguachis’ aunque esté azotando la isla el mayor temporal de Tramontana que se recuerda en décadas. La ciencia de la Tontología los llama ‘influencers’.

El mundo 3.0 ha creado de la nada una ocupación que oscila entre la envidia y la vergüenza ajena. Consiste en tener un canal en internet, en la red social que sea, y compartir contenido a diestro y siniestro para conseguir seguidores o ‘followers’. Esto quiere decir, gente a la que le interesa lo que haces y, por consiguiente, a la que puedes influenciar con tu salero y desparpajo natural o sobreactuado. Está demostrado, por citar un ejemplo, que un influencer ejercerá una influencia con un mayor margen de acierto que un gran medio de comunicación.

Antes, los ‘influencers’ eran pocos y casi no molestaban. Ahora, cualquiera puede ser artista de variedades, basta con un móvil, un puñado de euros para comprar seguidores –sí, se puede hacer aunque sea ruin- y suficiente tiempo libre para ir contando lo que haces por mucho que, en realidad, no le importe un carajo a nadie. Y recriminarán que la suya es una faena muy dura porque tienen que estar todo el día pegados a la cámara con la mejor de sus sonrisas, aunque acaben de pillarse la punta de la nariz con la puerta y, por dentro, sientan el más horrible de los dolores. Físico y emocional.

Noticias relacionadas

Estos y estas pulularán por la Isla desde mayo hasta septiembre compartiendo su día a día a golpe de click y con filtros para que las imágenes sean más cuquis. Además, vendrán con el cuento de que tienen tantos miles de seguidores y ofrecerán a los restaurantes buenos ‘reviews’ (comentarios positivos en sus vídeos) a cambio de trincarse por la cara el menú degustación de turno.

De estos tipos y tipas los ha habido toda la vida. Vividores del cuento que se aprovechan de otras personas a cambio de alimentar su ego. Lo que antes giraba en torno a la estampita ahora lo hace con Instagram. Pasa lo mismo con los que frecuentamos este tipo de coto privado de ideas, que tenemos que ir con mucho cuidado con lo que decimos. No porque vayamos a sentirnos ‘influencers’, sino para que no nos pensemos que hay alguien a quién le importa lo que escribimos y nos vengamos arriba.

dgelabertpetrus@gmail.com