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La tutora sostiene en sus manos, un tanto airada, la encuesta recién realizada por sus alumnos de cuarto de la ESO. Se trata –lo sabes- de un sondeo para averiguar cuáles son los deseos de los estudiantes de cara a su futuro profesional. Los más tradicionales han optado por Medicina, o por un Módulo Profesional, o por Periodismo o por… Pero un chico ha escrito en la correspondiente casilla del impreso: «dar un braguetazo». Y aunque crees en aquello tan manido de que «mal de muchos, consuelo de tontos» le confiesas a la docente que no es la primera vez en la que, un muchacho, ha anotado algo parecido. No para hacer chanza, sino porque, en el fondo, confiaba plenamente en esa elección entrecomillada. Tú no estás irritado. Tan solo triste. No por lo dicho por el adolescente, sino por el mundo que muestra como camino, como, incluso, modelo, un «braguetazo» Antiguamente se hablaba, en todo caso, de futbolistas (al parecer las cosas hechas con los pies eran –y son- rentables), de actores, de actrices… Pero en una desafortunada gradación (o degradación) a lo que se aspira hoy es a acostarse con una celebridad y vivir luego de rentas… ¡Qué, en la hora, segura, del ocaso (los braguetazos suelen tener escasa vida), permanentemente estará ahí como aval, como garantía de continuidad, «Supervivientes»! Para oxigenar al inminente difunto…

- El fenómeno no es nuevo…

- No –te contestas-.

- Hubo, hay y habrá infinidad de casos…

- De toda condición…

- ¿Te acuerdas de aquel padre que…?

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- ¡Natural!

De aquel padre que, hace una década, te confesó sus planes de cara al futuro de su hijo… No bromeaba. Eran sencillos: afiliarlo a las juventudes de un partido político y que hiciera carrera en él. Para tamaña aventura el progenitor le había dado a la criatura dos consejos: que dijera siempre que sí a lo que le fuera demandado y que se esmerara en hacer la pelota al jefe de turno. ¿La tierra prometida? La seguridad de que acabaría siendo o conseller o director general o diputado o… ¿Para qué costearle unos estudios universitarios? –se inquiría el personaje-. No es ficción, sino realidad pura y dura…

- Ocurrió, lo sabes…

- Lo sé, por inverosímil que pueda parecer…

Así, los maestros (no los maestros funcionarios) se han convertido en una especie de quijotes modernos. No los de «lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor», sino esos otros de tiza, de recursos didácticos permanentemente desfasados, de empecinamiento y de querencia sin mesura por su clientela. Luchan, con desventaja innegable, contra otros molinos: contra una sociedad que prima la nómina sobre la vocación, contra Tele 5, contra la inmoralidad generalizada y justificada, contra la comodidad por bandera, contra la ley del mínimo esfuerzo, contra determinados contenidos de internet, contra la no lectura, contra la no escritura argumentada, contra el narcisismo, contra lo que, tarde o temprano, hará infeliz, profundamente infeliz, a ese chaval que, sin cultura, sin recursos y sin ética acabará por no saber cómo enfrentarse al lado más oscuro de la vida, ese que, tarde o temprano, aparece inevitable y desgraciadamente…

Y esos quijotes, a diferencia de David, suelen perder y se dan de bruces con el suelo… Por lo menos, momentáneamente. Incluso habrá sanchos que, a diferencia del sancho lúcido de la obra cervantina, vituperarán su sana locura, sin entender que es el amor hacia su profesión lo que los mueve… Ese amor que no es otro que el que tiene por diana a los propios hijos de los censores. Ese amor que exige respeto, consideración social y apoyo (y no tópicos surgidos del desconocimiento). No en vano padres y docentes han de ir de la mano para combatir, con mayores posibilidades de éxito, todo el hedor que nace, crece y se desmadra…

Mientras tanto, ese chaval sigue soñando con su braguetazo y no en curar el cáncer o servir de algo a su entorno. Tan solo le queda averiguar con quién y en qué cama… Aunque, si fracasa, siempre podrá afiliarse a las juventudes de algún partido…