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En ocho días se cumplirán dos meses desde las elecciones generales. Va siendo hora por tanto de que Pedro Sánchez, el ganador y único capaz ahora mismo de reunir los apoyos o las abstenciones necesarios, enderece sus intenciones.

Resultan curiosas las presiones de Podemos y el papel de su derrotado líder mendigando un ministerio como salida para su supervivencia. Parece que el factor personal, hipoteca y familia numerosa, pesa mucho por más que todo se venda como proyecto de gobierno.

Sánchez ha aprendido de Rajoy a dejar pasar el tiempo y que las prisas de Iglesias tornen en desgaste. Y mientras tanto, de forma expresa e implícita, dirige la presión hacia quienes pueden hacerle presidente, el PP y Ciudadanos, con una abstención responsable y europea.

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El joven líder de la derecha está pillado. Si exigió la abstención hace tres años como vía para la investidura de Rajoy, incluso fracturando el grupo socialista, no tiene argumentos ahora para no hacer lo mismo cuando el resultado entre PP y PSOE se ha invertido. Mal comienzo caer en tan flagrante contradicción, salvo que se inspire en el ‘no es no’ de Sánchez para recoger los frutos a cuatro años vista.

Ciudadanos se ha complicado sus principios. Es un partido liberal, o esa es la imagen que ha transmitido, con capacidad para arbitrar la mayoría en un sentido u otro. Ese era el camino que había empezado a recorrer, dejó gobernar a los más votados hace cuatro años en Andalucía y en Madrid, uno de cada color, y ahora ha propiciado el cambio en la primera porque esa era la interpretación lógica de los resultados, aun tragando culebras con Vox.

No se entienden sus dudas cuando en su mano está retirar a Iglesias de la política y a los independentistas de su influencia en el poder nacional.