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Con la fragmentación de derechas y de izquierdas, se ha evitado ciertamente el bipartidismo, la reiteración de tener la seguridad que aquí o mandaba el PP o el PSOE. Con más partidos se llega a una situación política distinta a la que se tenía en la política española, enclaustrada entre dos fuerzas políticas, que además, en el correr de los años, han dado lamentablemente una indeseada muestra de su altísimo grado de corrupción. A partir de ahora decíamos, que por fin se había terminado lo de las mayorías absolutas que han dado tan pocas garantías de una acción política igualitaria, más acorde con los problemas comunes. Pero el resultado esperado no ha sido así, porque lo que en realidad se ha generado ha sido partidos que ganan unas elecciones pero que no pueden gobernar por sí mismos. Hemos evitado las mayorías absolutas, pero lo que hemos conseguido tampoco es mucho mejor. Antes quien ganaba se le olvidaba rápidamente lo que decía en la noche electoral, en el mismo instante que los aduladores más próximos decían: sr. presidente hemos ganado por mayoría absoluta, y entonces el presidente todo revestido de gloria y soberbia mal disimulada, se dignaba a dirigirnos unas palabras, era lo obligado: gobernaré para todos los españoles, los que me han votado y los que no me han votado, decía, entre los aplausos de los ingenuos que no se daban cuenta que aquella era precisamente la primera mentira, porque luego su igualdad se reducía al extremo de no escuchar más que a media docena de elegidos que se guardaban como de mearse en la cama de decirle: presidente te estás equivocando, ese es el camino del despeñadero político dónde se despeña la razón de quién no atiende a razones.

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Nuestros políticos han dado muestras de sobra de no saber manejarse con mayorías absolutas, pero es que aún se manejan peor cuando ganando las elecciones, descubren que la ‘tarta’ tiene que repartirse en demasiados trozos, y ahí empieza el mercadillo: tú me das el ayuntamiento de… y yo te doy el que a ti te gusta, y así intercambiando alcaldías como quien cambiara cromos. Mientras tanto el votante ve boquiabierto cómo se utiliza su voto, con unos pactos que condicionan la libertad opositora, porque las dos o más fuerzas que han pactado para gobernar una determinada alcaldía o autonomía, tendrán cuidado de entre ellos «no pisarse la manguera», y eso considerando que se ha sabido llegar a un acuerdo, rogando que lo que se ha pactado no acabe siendo un lastre para el futuro, pues de ordinario sé da lo que a los demás se les niega. Aparte de crear esa situación a cambio de unos escaños que en puridad pertenecen a votantes que no han votado al partido que va a gobernar. El votante puede sentirse defraudado porque su voto era para que mandase el partido que más le gustaba, ahora resulta que su voto agavillado en escaño lo maneja un partido que precisamente no le gusta nada.

La situación de fragmentar los partidos da como consecuencia segura partidos débiles, evitan ciertamente la mayoría absoluta, pero la debilidad de un partido gobernante estimula el gobernar por decreto, no hay otra, eso o los pactos puntuales si no se consiguen para toda una legislatura, que aunque sean pactos puntuales, se supone que será a cambio de algo ¿se conoce siempre a cambio de qué? Además se dilata la formación de gobierno, surgen los globos sonda «con estos no vamos a pactar», mientras el votante recuerda horrorizado que las mayorías absolutas son malas, pero no por eso es mejor ganar unas elecciones y no poder gobernar si no es coaligado a veces con varios partidos que no las han ganado. Hemos inaugurado una España del mercadeo del escaño sin que en este asunto tenga el votante ni arte ni parte, y mucho me temo que tal cual están de mermados los partidos, esta va a ser una legislatura donde podrían abundar las mociones de censura. El otro día me decía un politólogo «oye ¿te ha llegado a qué precio se ha puesto el escaño?».