TW

Un joven entra en una farmacia y pide utilizar el teléfono para llamar a una anciana que vive en el barrio. Mientras llama, el farmacéutico escucha su conversación.

- Buenos días, ¿me podría dar un empleo, por favor? Puedo cortarle el césped de su jardín.

- Ya tengo a alguien que me corta el césped.

- Se lo haría a la mitad de precio del que está pagando ahora.

- Gracias por la oferta, pero estoy satisfecha con el servicio que tengo actualmente.

- Además cuidaría de las flores y podría convertir su jardín en el más bonito del vecindario.

- No, muchas gracias.

Noticias relacionadas

Tras cortarse la comunicación, el joven sonríe. Sorprendido por su comportamiento, el farmacéutico le dice:

-Me gusta tu actitud, muchacho. Felicidades por tu espíritu positivo. ¿Quieres trabajar aquí?

- No, señor, muchas gracias.

- No lo entiendo. ¡Pero si estabas pidiendo trabajo ahora!

- No, señor. Estaba comprobando mi desempeño en el trabajo que tengo ahora. ¡Soy la persona que trabaja para la señora que acabo de llamar!

Dicen los expertos que, entre los doce y los dieciocho meses, se produce un episodio decisivo en nuestra vida. Llega un día en el que nos reconocemos en el espejo. Aunque no lo podamos expresar con palabras, sonreiremos y pensaremos: ¡ese soy yo! A partir de ese momento, nos situamos en el mundo y, de forma inevitable, empiezan a surgir las comparaciones. Poco a poco, construiremos una imagen de nosotros mismos en la que, sin duda, influirán los referentes del entorno más cercano. Aspecto físico, inteligencia, comportamiento, actitud, fortaleza. Todos los aspectos relacionados con nuestro desarrollo pasarán por el matiz de la semejanza («¡se enfada como el padre!») o de la confrontación («¡a ver si espabilas como tu hermano!»). La gestión de esas comparaciones tendrá una extraordinaria importancia. En ocasiones, supondrá un estímulo positivo para que busquemos nuevas metas. Si otros lo han conseguido, yo también puedo hacerlo. Una comparación saludable nos servirá para imitar aquellas actitudes de los demás que han dado resultado positivo. Sin embargo, la comparación también puede generar una reacción negativa que destruya nuestra ilusión. Frases como «soy un desastre», «de nada sirve mi esfuerzo» o «no soy como los demás» acaban cerrando las puertas del futuro. De esta manera, la comparación nos sienta frente al mismo espejo en el que nos vimos hace muchos años y nos devuelve una imagen borrosa, apenas perceptible, coronada por las palabras: «no vales nada».

Cuando nos comparamos con otros, ¿acaso estamos olvidando que, en realidad, somos diferentes? «Si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, pensará toda la vida que es un inútil». Esta frase atribuida por algunos a Albert Einstein recuerda que cada uno de nosotros tiene unas habilidades diferentes. Al igual que el joven de la farmacia, no debemos compararnos con los demás (salvo que sea de forma saludable), sino esforzarnos por mejorar nosotros mismos. Se trata de buscar fuerzas renovadas para ir más allá y superar el trabajo que habíamos realizado hasta la fecha. Como si fuera una escalada, lo fundamental no es alcanzar la cima, sino disfrutar del viaje. En vez de fijarnos en los escaladores que llevan la delantera, quizá debamos pararnos un instante, girar la cabeza, mirar hacia abajo y sorprendernos de todo el camino ya recorrido. ¿De veras que he subido desde allí abajo? Ya lo decían aquellos versos del poema «¡Queda prohibido!» de Alfredo Cuervo Barrero: «¡Queda prohibido no intentar comprender a las personas/ pensar que sus vidas valen más que la mía/ no saber que cada uno tiene su camino y su dicha/ sentir que con su falta el mundo se termina».