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- ¿Sentiste miedo?

- ¡Natural!

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Viviste tu infancia en una posguerra tardía. 1957. En esos años casi nadie viajaba. Y, cuando lo hacíais, lo hacíais en barco, que, a la sazón, era más barato. El vetusto pero aguerrido «Ciudad de Ibiza» era, en este sentido, institución insular… Época de precauciones y orden. Así que, cuando uno decidía jugársela atravesando el Mediterráneo en aquel cascarón, preparaba la singladura con cuidado. La maleta contenía de todo, porque cualquier contingencia tenía que haber sido prevista. La susodicha se parecía mucho a El Corte Inglés, porque en su vientre había desde la popular biodramina, hasta un testamento casero en el que legabas a tus familiares algunas sillas, un orinal, un… Llegar en punto a la estación era esencial, no fuerais a perder el barco, como si los barcos pudieran perderse… Y, traumatizado por tan severas precauciones, así creciste… Con infinidad de «T.O.C.S» (trastornos obsesivo- compulsivos)…

- Por eso…

- Por eso estabas recientemente en el Aeropuerto de Madrid tres horas antes de que partiera tu vuelo de regreso a la Isla. Habías facturado, pasado los controles y comprobado el módulo de salida: el K…

- L’amo en Xec de s’Ullastrar estaría orgulloso de ti –pensaste-.

- Pero…

- Se cambió el punto de salida. El embarque se produciría finalmente en la Terminal Satélite (Puertas M). Así que, precavido, te encaminaste hacia ella. Tras casi quince minutos llegaste a la meta. Pero la meta no era tal, sino un metro interno que te conduciría al susodicho satélite, es decir: al módulo de marras. No te inquietaste porque ibas acompañado por multitud de pasajeros…

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- Kuanito, tú tranqui!

Tras un largo trayecto (¿dónde puñetas estaba la terminal estelar?) llegaste a un módulo recién estrenado. Y fue entonces…

- Y fue entonces cuando te entró el pánico… Todos tus compañeros se encaminaron hacia el sub-módulo S y tú, sin compañía alguna, hacia la M… Cuando llegaste al lugar te encontraste con una terminal (perdonen la repetición del término) gigantesca y sin ninguna persona alrededor. Fuiste de un lado para otro en desesperada búsqueda de un ser humano. Ni un pasajero, ni un guardia de seguridad, ni una limpiadora, ni una azafata… Los bares, cerrados. Las tiendas, cerradas. Estabas completamente solo en un espacio enorme mientras, para más inri, anochecía… Lanzaste un «¿Hay alguien?». Y al no hallar respuesta, repetiste hasta el infinito la interrogante… «¿Hay alguien?». Luego te dio por pensar que aquello era, como ya has dicho, una cámara oculta o –puede- el Congreso de los Diputados, que, en ciertas ocasiones, ofrece paisaje similar, por desolador y deshabitado. Daba yuyu… Con tu móvil mandaste sentidos whatsapps de despedida, aunque alguien te contestó que no estaba para bromas, otras dos que no las molestara porque estaban cenando y un cuarto te insinuó que eras un «cachondo»…

- Bona l’hem feta! Hauria d’haver anat a sa Bassa de Sant Pere –te dijiste-. Y…

- Lo sé… Cuando faltaban veinte minutos para el embarque se produjo el milagro. Aparecieron dos azafatas a las que besaste efusivamente, tras lo cual te amenazaron con denunciarte por violencia aéreo portuaria, dos seguratas y una treintena de acalorados viajeros que se habían al parecer perdido en el espacio cósmico… ¡Aleluya!

- Y, para más inri…

- Te anunciaron que, por razones técnicas, regresaríais a la terminal K, a vuestro puesto de origen y que ahí se produciría el embarque de marras…

- Aquello –piensas-no fue sino una espléndida metáfora de tu país: país de oquedades físicas y mentales; de idas y venidas; de obras iniciadas y, tras cambio cromático, paralizadas y nuevamente iniciadas. Un país diferente, como la terminal satélite, como el modulo M (¿de memez?)… Un país que pertenece a otro mundo. O puede que a ninguno…

Pero se lo adviertes a tus lectores. Si viajan a Madrid, no olviden poner en su maleta varias cajitas de Tranquimazin y un casco espacial…