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Miquel Buch, conseller de Interior de la Generalitat de Catalunya, promovió una investigación y apertura de expediente al mosso d’esquadra número 18849 por abroncar a un independentista en una manifestación en Barcelona el pasado 21 de diciembre. Le dijo textualmente: «¡La república no existe, idiota!».

Podríamos discutir sobre la etimología de la palabra hasta considerarla un insulto o un calificativo despectivo de uso coloquial, que en todo caso no debía haber pronunciado el agente antidisturbios de la policía catalana. Él y sus compañeros estaban recibiendo lanzamientos de objetos, botellas y reiterados insultos, dicho sea de paso, de esos manifestantes.

Sin embargo, es objetivamente irrefutable el fondo de la frase arengada por el agente. La república (catalana) no existe, una realidad admitida incluso -y ya es decir- por los políticos presos que acaban de ser juzgados en el Tribunal Supremo.

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Pese a todo ese mismo conseller, Miquel Buch, alimenta el delirio, juega con la falsa ilusión de miles de catalanes que creyeron en el viaje a ninguna parte al que les llevaron aquellos para acabar admitiendo que la surrealista proclamación de la república, con 8 segundos de duración, no pasó de gesto simbólico.

Esa puede ser la intención de Buch, ahondar en el embuste o, simplemente, poner de relieve que su intelecto es bajo y la asignatura de geografía fue un drama para él en su etapa colegial. La semana pasada cuando se le preguntó por la intervención fundamental del Ejército Español para combatir el gran incendio en Tarragona, en lugar de agradecer su presencia, respondió diciendo que era normal que los estados vecinos se ayudaran, porque Francia habría hecho lo mismo si el incendio hubiera ocurrido en Puigcerdà, por ejemplo. O sea que España comenzaba después del Ebro. Luego cuando fue cuestionado por esas palabras, abusando de su cinismo, argumentó que no se podía politizar el incendio.

O el Govern de la Generalitat sufre de enajenación colectiva o está llevando a extremos alucinógenos este proceso cansino. Quizás sean las dos cosas.