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Binissafúller. S’Olla. Un día de mediados de julio de 2019 a las diez de la mañana. Bochorno. Un libro, una toalla, un sombrero. Como si no hubiera pasado el tiempo. Llevo más de cincuenta años acudiendo intermitentemente al reclamo del colorido de sus aguas y su contraste con singular ocre de las rocas, un atractivo irresistible. Pero algo sustancial ha cambiado: o bien S’Olla se ha hecho más agreste o uno más patoso. Es una falsa disyuntiva, está clara la verdad incómoda: a los abuelos cada vez nos cuesta más movernos por aquellos roquedales. Es como los gustos, o los cambias o te cambian: después de una vida de agrestes excursiones a playas vírgenes con bucólicos almuerzos bajo los pinares con hijos y primos de visita estival, ahora la tendencia es otra por imperativo biológico. Tumbona y sombrilla (pagadas a precio de habitación en el Ritz), libro (eso no cambia) y comida en el chiringuito más próximo, rodeado de guiris, como uno más.

Ese es el escenario, al que habría que añadir los fosquets en Calesfonts o en el entorno de Sa Lliga, donde uno puede dedicarse a su deporte favorito del verano, el salmonete arriba, salmonete abajo, o sea suaves caminaditas a la orilla del mar con múltiples xerradetes y el premio gordo de algún encuentro con vejestorios a quienes, al acercarse y sonreír, recuerdas como antiguos compañeros de colegio casi desaparecidos de tu memoria. Como en esa inquietante aplicación FaceApp que permite verse a uno mismo notablemente envejecido al precio de regalar tus datos biométricos a alguna poderosa (y peligrosa) megaempresa... En julio despido también a un amigo al que no llegué a conocer personalmente, el doctor neurocirujano de postín Fabián Isamat, ilustre y veteranísimo visitante de la Isla, con quien intercambié correos a raíz de unos amables comentarios suyos en «Es Diari» sobre mis ullastrades y que cuando esperaba su llamada para conocernos, me doy de bruces con la noticia de su último viaje...

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Y luego están las tertulias, peligrosillas en nuevos/viejos tiempos de trincheras y cuerpo a tierra que vienen los nuestros. El tema catalán es mejor obviarlo de todas todas, pero no es fácil aunque lo procures, los hay que lo llevan a flor de piel y cualquier comentario es revertido al asunto y puede ser utilizado en tu contra a poco de quieras matizar. También es arriesgado referirse aunque sea tangencialmente a «esos extremistas», porque donde menos esperas salta la liebre y te encuentras cara a cara con algún viejo conocido que se ha hecho reconquistador dispuesto a defender a la patria a capa y espada... ¿Son dignas todas las ideas? No creo, pero sí sus postulantes. Respeto debido a las personas, pero hay ideas y propuestas escasamente respetables (algunas directamente incinerables).

Julio me trae también los preparativos de un coloquio en el Ateneo con el ex primer ministro francés Manuel Valls y actual concejal de Barcelona, un hito que me impone, por el personaje en sí y por el marco de la centenaria entidad. No espero entrar en el Ateneo bajo una bóveda de banderas rojigualdas como ocurrió el año pasado con la presencia de Artur Mas, pero es difícil predecirlo, hoy día los banderófilos abundan. En todo caso, la enseña europea me parecería más pertinente. De hecho pretendemos hablar de una Europa más en la encrucijada que nunca tras el advenimiento del trump británico Boris Johnson, dispuesto a hacer a Inglaterra grande de nuevo…

Y claro está, el asunto de los asuntos de este largo y humeante julio. Escribo estas líneas a escasas horas del desenlace del debate de investidura en el Congreso. No parece que vaya a haber fumata blanca por ahora, pero la verbena de nuestros políticos ha sido solo apta para fumetas, esperpéntica. Y el bochorno de la ciudadanía, indescriptible. Como el ambiental. ¿Qué hemos hecho para merecer esto?