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«Yo tosco y rudo trabajador, pulir quisiera mi áspera voz», dice Pascual en la zarzuela «Marina», de Emilio Arrieta y Francisco Camprodón. La zarzuela fue estrenada en Madrid en 1855, de modo que ya ha habido tiempo para que la voz del trabajador se volviera dulce, favorecido no sólo por el amor de la heroína, sino por sus condiciones laborales. Pero hoy he vuelto a oír la voz áspera del trabajador, sus quejas pronunciadas con voz desabrida, como los tiempos que corren. Todos dicen lo mismo y luego no cumplen lo que dicen, aseguraba el trabajador, por otro nombre obrero. Se refería, naturalmente, a la clase política. Todos quieren medrar, aprovecharse, meterse los cuartos en el bolsillo y acudir a cenas y fiestas, cobrando luego las dietas. A nosotros nos suben una miseria, y ellos lo primero que hacen al ocupar un cargo es subirse el sueldo sustanciosamente, nada de tres por ciento, sino diez veces más, por lo menos. Dicen que van a bajar los impuestos y cuando consiguen el poder van y los suben, y echan la culpa a la crisis y a la situación que heredaron de los gobernantes anteriores. Dicen que encontraron las arcas vacías, que no pueden favorecer a la clase trabajadora y sin embargo cubren las espaldas de los bancos y de los ladrones de guante blanco. Si un ladrón entra en tu casa y lo lastimas, te juzgan a ti por maltrato, y si tienes una casa y se llena de okupas, todavía tienes que pagarles la luz y el agua. Y cuando sueltan al ladrón, vuelve a delinquir, y parece que en este país solo protegemos a los delincuentes. Dicen que la economía ha mejorado, pero no dicen que ha sido posible exprimiendo a las clases trabajadoras. Yo lo que sé es que un café me costaba antes siete pesetas y ahora me cuesta doscientas, porque con el euro nos empobrecimos de golpe. Y si es comprar una casa, vas a pagarla durante toda tu vida, y cuando seas viejo te dirán que la des a fondo perdido si no quieres morirte en vida con una pensión de mierda. Estoy desengañado de la política, asegura el trabajador; lo estoy desde que Suárez decía puedo prometer y prometo y se llenaba de palabras y ya se sabe que obras son amores y no buenas razones y que del dicho al hecho hay un buen trecho. Se pelean en el parlamento, se dicen barbaridades, y luego se van a tomar un café juntos y todo son sonrisas y apretones de mano, y cada vez hay más gente de cuello y corbata y menos currantes de cada día y, como en «Marina», yo tosco y rudo trabajador pulir quisiera mi áspera voz.