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Al menos estamos ya en la segunda temporada en la que un cartel en la playa de Cavalleria prohíbe explícitamente los llamados baños de barro. También es un verano más en el que muchos hemos sido testigos de cómo, con total desprecio hacia la señal, los visitantes de este arenal rascan con frenesí la base del acantilado para embadurnarse con la tierra rojiza. La tontería de la fangoterapia se ha extendido durante años y está siendo muy difícil erradicar esa costumbre, por más que últimamente se ha intentado informar y transmitir el riesgo de erosión que esta práctica supone. Reportajes sobre la isla inciden en ese aspecto medioambiental, las autoridades también, salvo el patinazo detectado el pasado abril en la web de la Fundació Foment del Turisme que recomendaba los baños de arcilla y que se corrigió haciéndolo desaparecer de inmediato.

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Pero nada tiene efecto de momento porque el mal está hecho; todavía hoy numerosas guías de Menorca y páginas en internet insisten en los beneficios de embadurnarse con el barro –algo por otro lado bastante dudoso–, de esta playa y ya se sabe que la ignorancia es atrevida y más si se trata de hacer la foto del momento. Instagram está lleno de imágenes de la famosa playa menorquina, y son muchos sus protagonistas que aparecen sonrientes con cuerpo y cara marrones, felices de la hazaña. A lo mejor ni vieron el letrero, quizás haya que colocar uno de mayores dimensiones, o simplemente hicieron caso omiso, como esos que dejan un colchón viejo justo al lado del cartelito donde pone claramente que no se tiren trastos. Es la pasión por lo prohibido, da igual que sea un límite de velocidad, la basura o el barro, las normas, y más en verano, están para saltárselas, parecen pensar. Llegará el momento en el que habrá que destacar vigilantes de la playa, pero no solo para ayudar a bañistas en apuros, sino para, libretita en mano, hacerles entrar en razón.