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En la resaca del ardiente y casi humeante julio hablábamos de la mala leche ambiental a raíz de un artículo del director de «Es Diari» el que la asociaba a la masificación del fenómeno turístico. Una vez pasado el febril evento ateneísta y debidamente apoltronado bajo el ullastre centenario, intento profundizar en ello mientras el nuevo inquilino de la casa a tiempo parcial, el braco Ringo retoza con el viejales westtie Allen, quien a pesar de sus catorce años acosa libidinosamente al cachorro. ¡El ullastre mancillado por la concupiscencia! Ironías de la vida o algún cachondo le ha colado una pastilla de viagra entre el pienso…

Por cierto, el ocho de agosto se celebra (se habrá celebrado, si alguien más se ha enterado, cuando aparezca este artículo) el Día del orgasmo femenino para tratar de combatir lo que ha venido en llamarse «brecha orgásmica», según la cual, los orgasmos femeninos son mucho menos frecuentes que los masculinos por nuestra secular ignorancia de los protocolos de estimulación femenina y/o por las prisas o por simple incompetencia, y esto se tiene que acabar so pena de ser tildados de machonazis e iniciar otra espiral de resentimiento. Y mejor obviar el espinoso asunto de los fingimientos…

Pero volvamos a la mala leche. Pienso que una de las causas o efectos secundarios, vete a saber, de la mala uva ambiental es la devaluación y casi diría que desaparición de la sana ironía del ágora pública, como escribe Julián Marías en uno de sus cáusticos y sustanciosos artículos en «El País Semanal» y que acaba de recoger en un libro («Cuando la sociedad es el tirano». Edit. Alfaguara): «La ironía se entiende cada vez menos, la gente cada vez lee más al pie de la letra, literalmente. Lo que uno dice irónicamente, lo leen tal cual. Y en cuanto al humor, cada día está, me temo, más perseguido. No se puede hacer una broma sobre nada, cualquier broma es ofensiva…». Me ha pasado un montón de veces con lectores que me interpelan con que o no me han entendido o que han entendido todo lo contrario de lo quería expresar. Me lo tomo con espíritu deportivo, uno ya no tiene edad para cambiar de estilo.

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No sé cuándo se jodió el país, que diría Vargas Llosa, cuándo se desmoronó la armonía entre españoles, cuándo pasamos de ser un país adicto a la broma festiva a este sanedrín de susceptibles airados que se ofenden por cualquier nadería y cuyos representantes políticos son incapaces de soltar alguna maldad edulcorada en el celofán de la ironía. No pasan del pavoneo faltón, la falta de respeto y la desmesura, y de nuevo no tengo más remedio que citar al desatado Albert Rivera cuya más brillante aportación al debate político en las últimas semanas ha sido tildar de «banda» al candidato y sus presuntos y frustrados apoyos en la Cámara y de «reparto del botín» a los posibles pactos. Pasará a los anales del parlamentarismo más cutre.

El filósofo esloveno Zizek solía contar que una de las señales de que las cosas iban mal en la antigua Yugoeslavia fue la desaparición de los chistes sobre nacionalidades y realmente tiene sentido, como comenta Juan Claudio de Ramón en «El País». La parodia, si es pública y transversal, tiene un efecto de hermanamiento. Cuando desaparece, el humor reprimido degenera en sarcasmo privado (hoy muy frecuente en redes sociales y grupos de WhatsApp), mucho más corrosivo de la convivencia en un mundo ya de por sí corroído por la susceptibilidad, en el que personas y grupos humanos se sienten continuamente ofendidos por esto o aquello y en el que surgen por doquier líderes pirómanos dispuestos a darles carnaza… ¿Serían viables aquí y ahora unas risas entre independentistas y españolistas acérrimos?

Hace falta mucha auto ironía para tomar distancias y relativizar sentimientos y creencias, la única posibilidad de aplacar furias justicieras y poder llegar a entenderse razonablemente… Por cierto, ¿veremos sonreír algún día a doña Cayetana Álvarez de Jaleo? ¿Y al ínclito y siempre militante Quim Braveheart Torra? ¡Qué país y qué paisanaje! Y por aquí, los comandos antiturísticos (la Banda, claro) hundiendo barcos en su perversa estrategia para dinamitar el progreso y repartirse el botín… Es broma, claro, ¿o no?