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Hay hambre y miseria en los países africanos y sus habitantes aspiran a una vida mejor. Europa aparece en el horizonte de la esperanza, vale la pena jugarse todos sus ahorros y la vida incluso por llegar a ese horizonte, donde algunos confirmarán la esperanza y otros la misma decepción que arrastraban.

Esa es en esencia la situación, una drama humanitario que cuando cae en manos de los políticos se convierte en otra cosa. Los datos que conocemos hasta ahora son que hay traficantes de seres humanos que cobran por meter a personas en balsas y tirarlas al mar con la promesa de que llegarán a Europa. Hay también organizaciones humanitarias que velarán para que no perezcan ahogados en el Mediterráneo. Y, por último, hay gobiernos que directamente no los quieren y otros tampoco, pero, como manda la diplomacia, dicen lo contrario y muestran disposición a la acogida.

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Hay, sobre todo, un derecho internacional, del mar y de asilo, que quedan subordinados a la coyuntura política del momento. Es decir, que al final priman más las conveniencias que el derecho y las derivadas populistas tipo Trump, capaz de romper familias, o ‘brexitmens’ dispuestos a cerrar fronteras a todo extranjero menos al turista que deje dinero.

En esta realidad aparecen también los famosos del cine o del deporte que ofrecen limosna o un mensaje de solidaridad ante un problema de flujos migratorios que no entienden, pero el gesto les permite salir en la foto y en el Twitter. Y, por supuesto, los periodistas, que todo lo agitamos, más en días de agosto sin otras noticias que los incendios y la soledad de Pedro Sánchez buscando amigos.

Si alguien pretende entender, que pregunte primero qué fue de los recogidos el año pasado en el «Aquarius» y por qué ahora no llegó la misma respuesta.