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Ya no tenemos mayorías absolutas que tanta desazón causaban, pero a cambio tenemos partidos que ganan elecciones pero no pueden gobernar porque les faltan escaños para la mayoría absoluta. Antes estábamos mal pero ahora puede que hayamos ido a peor. La mayoría absoluta votada por la voluntad de la ciudadanía agavillada a un solo partido, el que el votante ha elegido, dan unas mayorías distintas a las pactadas. Fíjense en el siguiente ejemplo: el PSOE tiene equis escaños, necesita pactar pero pacten con quienes pacten serán escaños añadidos. No son votantes socialistas los que los han elegido en las urnas si no los que se han negociado, vaya usted a saber a cambio de qué, en un despacho, incluso puede que hasta en el comedor de un restaurante. Además de ser un partido que al votante socialista no le gusta ni poco ni mucho, lo que quiere decir es que ya no son los votos los que deciden, si no la aritmética de la oferta política, acabando por estar formando un equipo gubernamental con políticos completamente contrarios de los electores que no les votaron.

Con las ideas puede que más claras, no hace por eso tanto, el PP juraba y perjuraba que debía gobernar la lista más votada. Pues ahora mismo tienen en la autonomía madrileña a la nueva presidenta (Isabel Díaz Ayuso (40 años) que en las elecciones, creo recordar, quedó en tercer lugar. Pronto se les olvidó esa soflama que no se les caía de la boca, que debía gobernar la lista más votada. Su palabra duró lo que dura un trozo de hielo en un vaso de agua hirviendo.

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Volviendo por el camino que traía, ganar elecciones y estar meses y meses en standby en ese mercadillo de la compra y venta de votos, el votante que desconoce prácticamente la intríngulis de todo eso, lo único que sabe es que se puede estar negociando en contra de su voluntad con quienes no son de su agrado. Y ni aun así se ponen de acuerdo, dando una imagen política degradante, que induce al votante a no volver a votar porque sabe que al final son los políticos y no los votantes los que eligen el gobierno que va a dirigir el país.

Malas, seguramente muy malas, eran las mayoría absolutas, pero las elegía el votante. Ahora se conforman mayorías que las eligen los propios políticos, todo debido a que los partidos están fragmentados, mostrando públicamente su falta de empatía llegándose a decir de todo menos bonito. Y si esa es la materia que va a servir para gobernar el país, ya no me atrevo a poner la mano en el fuego por uno de los sistemas o uno de los partidos. No quiero verme por lenguaraz en la unidad de grandes quemados.

Sea como fuere la clase política está derramando por el sumidero abajo la escasa empatía que generaban entre sí. Hoy en día te pones a mirar un poco cómo está el patio y te entran sudores fríos al comprobar que entre los líderes políticos ninguno alcanza por parte de la ciudadanía el obligado aprobado. Y en esa desazón hay que incluir a los líderes de los partidos con opción de formar gobierno. Y eso no es precisamente una ocurrencia del escribidor alicaído, en todo caso es, y no poco, una desazón que motiva la clase política a la que 40 años de democracia no le han bastado para dar lustre y esplendor a su perenne bisoñez en el ejercicio de hacer bien la política que tan espléndidamente les pagamos.