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Domingo hacia el final de agosto. 9.30 de la mañana. Solo en Ses Anelles de Alcaufar. Una silla de guiri, un sombrero, un libro. Solo el leve rumor del agua puede distraerme y lo hace, solo las medusas podrían importunarme pero ni están ni se las espera. Recuerdo que de joven braceaba hasta el Caló Roig y a fe que ahora me encantaría pero no me atrevo a hacerlo en soledad (I si m’agafa cosa?) El tiempo parece detenido. Leo («Una mujer inoportuna», Dominick Dunne, Libros del Asteroide) las peripecias de una joven mantenida en la alta sociedad estadounidense de la segunda mitad del pasado siglo. Sonrío. Escucho un sonido ancestral, lup dup, lup dup. Levanto la vista, un llaüt entra pausadamente en la cala… ¿En qué siglo estoy? ¿En que planeta?.

Vuelvo arrobado a mi árbol y, en situación de nirvana, presto oídos el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han cuando dice que la pérdida de la capacidad contemplativa es corresponsable de la histeria y el nerviosismo de la moderna sociedad activa, esclava del rendimiento en el trabajo y de la hiperactividad en períodos de ocio. Supongo que me lo transmite para que, davall l’ullastre, haga apostolado de la calma vital en la última crónica de un verano saturado de calor y muchedumbres presurosas. Y es que aumenta sin cesar la legión de frustrados por no alcanzar las cotas auto impuestas, la de deprimidos que se habían creído los sermones positivistas de resiliencias, empoderamientos y renacimientos varios, y la de los infartados del alma que tratan de mitigar su decepción cósmica afiliándose a partidos de extrema derecha y/o despotricando de los catalanes.

Asistimos hoy día a la progresiva reducción de las pausas, colonizadas por sentimientos de urgencia y estrés. Cada vez hay más gente decepcionada por no poder seguir el ritmo impuesto por una vida intensamente acelerada, más deprimidos por no saber ser más flexibles y adaptables, más frustrados, en fin, que llenan su tiempo de presuntas obligaciones, incluso en vacaciones, que deben estar saturadas de eventos y experiencias a cual más delirante, para subirlas a la red. ¡Qué lejos quedan aquellas beatíficas pausas en los veranos del puerto en que las familias sacaban las sillas de mimbre a la acera para la tertulia vespertina de todos los días!, ¡y qué decir de las largas tardes sentados a la vorera del puerto intentando pescar algún plateado esparrall en vez del socorrido y estúpido cabot!

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Ahora, cuando agosto languidece y empieza a despejarse mi Andén de Levante, rememoro imágenes de forzados de la ruta turística a los que he visto llegar al abarrotado restaurante, exhaustos y hambrientos después de un día al sol, colas, y luchas titánicas por una plaza de aparcamiento para ver algo tan insólito como una puesta de sol. Mesquinets, pensaba, ya con la tripa llena y la factura pagada, son cerca de las once, ahora tendrán que pedir, esperar otros veinte minutos, total, empezarán a cenar cerca de las doce, se irán a la cama pasadas las dos, tendrán una acidez monumental… Todo por haber cumplido agonísticamente el voluntarioso y desmesurado plan del día que le exige su cota de rendimiento turístico. Lo dicho, mesquinets...

Vivimos tiempos de aceleración que, según el catedrático de Sociología de la Universidad de Jena, Harmut Rosa, pretenden sustituir nada menos que a la mismísima eternidad a base de una vida plena de experiencias y un ritmo frenético de la vida social que ocultaría la conciencia del final… Cuanto más llenemos el tiempo- con el trabajo, las redes sociales, el fitness o el mindfulness-, menos pensamos en el sentido de tanta actividad y en su inexorable desenlace…

Y para flagelarme por haber acelerado innecesariamente mis neuronas con elucubraciones un tanto abstrusas, me refugio en el realismo de la imprescindible serie televisiva «La voz más alta» en la que un estelar Rusell Crowe logra sobreponerse a los kilos de maquillaje dando vida al primer productor industrial (después de Goebbels) de fakes y creador de la Fox News, Roger Ailes. Es revelador comprobar como el cinismo y el odio (al musulmán Obama y a todo lo que huela a progresismo) van gestando el advenimiento de Donald Trump al poder en base a dar al público de la Fox (la clientela principal del magnate neoyorquino) lo que quiere oír aunque no tenga nada que ver con la realidad ni con la decencia. Y lo peor es que esta ideología tramposa y cínica puede volver a ganar en el país (aún) más poderoso de la tierra, de hecho comienzo ya mis pausados ejercicios de resignación más o menos cristiana. Que la rentrée les sea leve.