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El día 27 de febrero de 2018 el pequeño Gabriel desapareció en la localidad de Las Hortichuelas de Níjar (Almería) cuando salía de casa de su abuela y se dirigía a la vivienda de sus tíos situada a cien metros. Se estableció un dispositivo de búsqueda en el que participaron miles de voluntarios y profesionales. Tras varios días sin noticias, el día 3 de marzo apareció la camiseta que vestía el niño en el momento de la desaparición. La pareja del padre, Ana Julia Quezada, había encontrado la prenda. A partir de ese momento, la Guardia Civil estrechó la vigilancia sobre Ana Julia hasta que el día 11 de marzo fue detenida mientras conducía una furgoneta en cuyo maletero se encontraba el cadáver del niño.

El terrible suceso despertó el interés de los medios de comunicación. Se sucedieron informativos, mesas de debate, conexiones en directo, reportajes en exclusiva. Poco tiempo después, el Consejo Audiovisual de Andalucía encargó un informe para analizar cómo se había desarrollado la cobertura mediática. Las conclusiones del estudio apuntaban a un tratamiento morboso de la información. En los reportajes se mezclaban los datos proporcionados por las autoridades con hipótesis y elucubraciones no contrastadas. Los profesionales que acudían a los programas ofrecían opiniones personales basadas en una investigación paralela a la realizada por la Guardia Civil. En ocasiones, la información se había transmitido de forma tendenciosa trasladando a la ciudadanía hipótesis inculpatorias que carecían de fundamento. El espectáculo había prevalecido sobre la información en el diseño de los contenidos audiovisuales. Se sucedían los avances informativos con rótulos y música impactante para crear suspense y expectación.

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El crimen y su castigo constituyen, sin duda, uno de los temas que más interés suscitan en la ciudadanía. Cuando ocurre un crimen mediático, la sociedad quiere conocer todos los pormenores del caso. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué el delincuente ha actuado de esa manera? ¿Qué pena se le puede imponer? ¿Qué van a hacer los jueces? ¿Cuántos años cumplirá en prisión? Hace décadas, estas inquietudes quedaban satisfechas con las páginas de sucesos de los periódicos. Sin embargo, en los últimos años, la fascinación por el crimen se ha convertido en un espectáculo televisado. Ya no se trata de informar sobre lo ocurrido, sino de «crear» un contenido audiovisual atractivo que capte la atención de un público ávido de este tipo de noticias. En este nuevo escenario los derechos de las personas implicadas caen derrotados cuando compiten con la audiencia. Las especulaciones sobre la autoría de los crímenes se trasladan a la ciudadanía como certezas irrefutables sobre la culpabilidad del investigado. Un titular basta para destruir –a veces, para siempre- la presunción de inocencia que ya solo tendrá virtualidad –¡menos mal!- en el proceso penal ante los tribunales. La intimidad de las víctimas y sus familiares queda sepultada bajo un aluvión de noticias que, sin tener relación con el crimen cometido, sirve para incrementar el morbo. El debate televisivo se traslada a la clase política que, enfrentada en un mercado electoral cada vez más exigente, solicita (de nuevo) un endurecimiento de las penas para calmar a una sociedad atemorizada por el delito.

Aunque el crimen y su castigo tengan una enorme trascendencia informativa, los medios deben hacer un esfuerzo para evitar que los sucesos trágicos se conviertan en un programa más de la cultura del espectáculo. La televisión debe ser consciente del enorme poder de sugestión que tiene sobre la ciudadanía. Si ese poder se utilizara con fines didácticos, la sociedad avanzaría, sin duda, hacia un mayor respeto de la presunción de inocencia y de la intimidad de las víctimas. No se trata de restringir el derecho a la información, sino de invitar a los medios a un ejercicio responsable alejado del morbo y la especulación. Quizá sea el momento de recordar las palabras del político y escritor mexicano Francisco Zarco: «No escribas como periodista lo que no puedes sostener como hombre».