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La compra de cualquier género es claramente para el comerciante una labor más cómoda que su venta, pero también tiene su miga, más aún, diría que un trozo, y bastante grande, un trozo sin desperdicio que de seguro degustará usted con delectación.

Cuando una persona instala un negocio la primera adquisición que efectúa se centra en mercancía solo de su agrado, más adelante sus preferencias se combinan con las de la clientela y en último lugar puede decantarse incluso por la que le desagrada, simplemente por venderse más que las que determina su gusto. Estamos, pues, delante de un ejercicio que requiere dotes perspicaces, imaginativas e incluso virtuales en aras de desvelar el gusto de las demás personas,… debiendo despojarse en ocasiones del propio.

El nuevo comerciante ejecuta de ordinario el acto amoroso de la compra por primera vez en los estands de una feria de muestras, equivalente a adentrarse en un burdel donde entre chácharas, vinos y picoteo nutritivo gesta a sus futuros rorros. Lógicamente altera este licencioso procedimiento al comprobar a corto plazo su error en la elección de los modelos, los colores y las cantidades. Entiende, al fin, que el acto de la compra requiere el mismo cuidado que requiere un hijo, no en el momento de su concepción, sin duda complaciente, sino durante los meses de hibernación, porque de no venderse la mercancía sobreviene, claro está, un aborto.

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Inciden variantes de muy distinta índole en las deliberaciones del comerciante a la hora de la compra. Una de ellas reside en el hecho de que probablemente los modelos más sobresalientes de un muestrario resultarán añosos cuando los reciba, al cabo de seis meses, por la máxima que pontifica que, en moda, lo propio hoy es anacrónico mañana. Tal atracción puede ser por lo tanto un anzuelo cubierto por una jugosa gambita pronta a clavarse. Pero tampoco es desechable de buenas a primeras. Hay modas que perduran varias temporadas, un dilema que solo puede discernir alguien con una bola de cristal a su disposición. Por otra parte las seis o siete novedades claramente seductoras de un muestrario, pueden ser ardides. En realidad, solo una o dos de ellas no encubren un anzuelo. ¿Cuáles son las genuinas y cuáles las apócrifas? ¡Ah!, un misterio.

La gama de colores es otra incógnita a desvelar. El tono que imperará en el futuro solo puede pronosticarse asimismo con la consabida bola de cristal, lo mismo que el número de unidades a ordenar por modelo y por color, no en vano el quid se centra en profetizar si de un modelo se venderán doce o ciento veinte unidades. Son cifras que imponen lógicamente un alto grado de circunspección a la hora de confeccionar un pedido. En fin, las deliberaciones para efectuar una compra conllevaban los mismos deberes y malestares del embarazo maternal.

Por otro lado las compras son ya en la actualidad incomparablemente más determinantes que las ventas. Debido a la falta imperante de consumismo, durante siete meses en el curso del año, entre rebajas y descuentos, hay una sistemática deflación en los precios. Es necesario pues hallar conductos imposibles para que la mercancía siga produciendo dividendos en estos períodos. La certeza de que la empresa no fenezca a la vuelta de la esquina reside en importarla, directamente, sin intermediarios, de los países donde nace el sol,… si bien para ello es necesaria una capacidad de compra altísima, aproximadamente el suministro de cien tiendas. De esta manera el precio se reduce en un cincuenta por ciento o más, revirtiendo la mercancía, incluso en las épocas de rebajas, ganancias nada despreciables. Solo los grandes pueden permitirse de todos modos estas prácticas, los pequeños están predestinados invariablemente a sucumbir por no poder comprar tal y como demanda la contemporaneidad.

Hoy, el comerciante gana más comprando que vendiendo.