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Algo tiene que tener el palacio de Las Marismillas de Doñana para que todos los presidentes de gobierno español les den por ir al mismo lugar a pasar las vacaciones de agosto. Si se hubiera dejado aconsejar yo le habría aconsejado a Pedro Sánchez que distrajera alguna mañana para darse un garbeo por el centro neurálgico de Doñana, más en puridad por El Acebuche que me he pateado durante 16 años.

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En las primeras luces del alba, cuando la codorniz llegada de África no ha querido ir más lejos, se entretiene desgañitándose en la frescura de algún ribazo, o la preciosa oropéndola que va al zarzal que conoce a ponerse fina de moras silvestres. Mire usted don Pedro, usted y yo sabemos adónde va la oropéndola y dónde canta la codorniz y adónde le gustaría a más de uno ir, porque el oficio de la política, a partir de subsecretario, es muy ‘lamberón’ y si hablamos de pisar moqueta presidencial, ni le cuento. De todas maneras ándese a la guay, que aquí todo hijo de vecino se hace sus cuentas, y en política el más tonto hace relojes. Yo de usted me habría llevado a media docena de líderes a Las Marismillas para hacerle los honores a unos langostino de Sánlucar con unos finos de Jerez bien servidos, y así, entre col y col, intentar trajinarse alguna voluntad para que arrimase el hombro en lo que a usted tanto le interesa para venir de las vacaciones con los deberes hechos, que estoy viendo que se echan las urnas encima y la casa sin barrer. Debe desconfiar de los que le echan la mano en el hombro y le aseguran que unas próximas elecciones le van a enderezar el rumbo. Lo lógico es que al final todo siga tan liado como está.