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Ayer se conmemoró el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, esa manera de decir adiós que condenan las iglesias, que marca a las familias y que mancha el prestigio, si es que lo hubiere tenido, del que elige poner fin a sus días de forma voluntaria.

«La prevención del suicidio sigue siendo un desafío universal. Cada año, el suicidio se encuentra entre las 20 principales causas de muerte a nivel mundial para personas de todas las edades. Es responsable de más de 800.000 muertes, lo que equivale a un suicidio cada 40 segundos», explica el manifiesto de la conmemoración anual cada 10 de septiembre.

Algo hemos avanzado cuando los expertos aconsejan hablar públicamente de un asunto hasta ahora tabú. Lo ha sido en Menorca, que generalmente ha presentado una tasa elevada. No debía hablarse, se silenciaban las noticias porque se creyó que contarlo o hablar en público podía animar a quienes se debatían internamente en problemas tendentes a desembocar en el desgracidado desenlace.

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La cultura paternalista de la sociedad de ayer y la fuerte influencia de la Iglesia, que los castigaba incluso después de muertos no permitiendo celebrar las exequias en el templo, ayudan a entender ese erróneo concepto con el que siempre se ha presentado el fenómeno.

Casualidades de la vida, o seguramente no, ayer volvió a registrarse en el Congreso de los Diputados la proposición de ley para regular la eutanasia. No es lo mismo, les une la voluntad personal de poner fin a la existencia de cada cual en circunstancias donde no es tanto la libertad la que decide sino las circunstancias que la empujan.

Ninguna escuela valida ese camino, pero los estoicos se muestran tolerantes ante una decisión que alguien toma libremente cuando ya ha dejado de aportar algo a la sociedad.