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El martes se publica en el BOE la convocatoria electoral. Si no hay giro inesperado el 10 de noviembre habrá comicios generales. Otra vez. La cuarta, en cuatro años. Sánchez, con su cerrajón, no ha tenido intención de sacar adelante la investidura, al menos estos últimos dos meses. Es el máximo responsable, aunque no el único. Decidió que el tiempo transcurriera sin hacer nada, al más puro estilo Rajoy. Dejó pasar agosto sin negociar, a la espera de que en septiembre los partidos dieran gratis su apoyo, ya sea pidiendo el sí gratuito a Unidas Podemos e independentistas o la abstención sin coste alguno a PP y Cs.

Sánchez ha tanteado a izquierda y derecha. Los cálculos de su asesor Iván Redondo son claros. Esta posición lo consolida en el centro. Y en el centro se ganan las elecciones. Al menos, hasta ahora. Todo apunta a que el PSOE volverá a vencer e incluso tendrá más diputados. Es lo que busca Sánchez. Pero nunca se sabe lo que pasará. Sánchez arriesga, y mucho. En el mejor de los casos, para él, puede repetirse la relación de fuerzas actual. Y vuelta a empezar. En el peor, que la derecha sume, ante la desmovilización que sufrirá la izquierda.

Otra opción es que PSOE y Cs tengan como ahora (pero con una correlación de fuerzas más a favor para los socialistas) asegurados los 175 diputados para formar un gobierno de centro extremo, de izquierdas y derechas, a la vez. Igual ese es el gran objetivo de Sánchez y con el que daría al traste las proclamas de «Con Rivera, no»

Pedro Sánchez es un superviviente. Se vio con su resurrección y con la moción de censura que lo propulsó a la presidencia de España y a ganar sus primeras elecciones. Hay quien dice que siempre cae de pie. Es como un gato.

Pero los gatos tienen siete vidas. Que las vidas se acaban. Y que ese día puede ser el 10 de noviembre. Y que el motivo no sea otro que el que comentan en la calle muchos votantes de izquierdas: que estas elecciones irá a votar su...