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¿Sabes? A veces tengo semanas de trabajo tan complicadas que me hacen replantearme muchas cosas. Pienso, por ejemplo, que estar metido en mil fregados, empujar un montón de proyectos y destinar más tiempo del que quizás habría pensado, no compensa. Luego, por arte de magia o de esfuerzo, salen las cosas, las sonrisas van llegando y ese cabreo con el mundo se me pasa.

Pero en esos instantes de máxima fragilidad emocional –llevo muy mal cometer errores, descubrir gazapos- es cuando me planteo, ¿merece la pena todo lo que hago? ¿Merece la pena todo lo que hacemos?

A lo largo de mi vida profesional me he encontrado con gente cuya máxima ambición es lograr ese trabajo que le permita acomodarse, que le dé estabilidad, seguridad, que le garantice un sueldo a final de mes que le permita cubrir con las necesidades e ir tirando. Pero no hablo en exclusiva de aquella persona que se lo ha currado para lograr su plaza, sino que voy más allá, me refiero a aquellos que a raíz de esa estabilidad desarrollan un carácter que va ligado a ella. «A mí, así, ya me va bien».

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Lo comprendo, pero no lo comparto. Durante años tuve un buen puesto de trabajo, en lo mío y que me garantizaba tranquilidad, un horario, unas rutinas y demás. Aun así, es cierto que el periodismo da mucho margen para los imprevistos, pero no dejaba de ser un patrón más o menos repetitivo en cuanto a las cosas que iba haciendo.

Un día decidí dar el paso, aposté por convertirme en esa especie de súper héroes y heroínas que no se ponen enfermos nunca y que a duras penas tienen vacaciones, que son los autónomos. Y con ello, cambié completamente mis rutinas de trabajo, teniendo que buscarme la vida y los clientes. Al principio fue duro, aunque conté con el apoyo suficiente como para diseñar una estrategia que, con el paso del tiempo ha evolucionado hasta lo que tengo ahora, algo de lo que estoy orgulloso y que te puedo asegurar que también me he ‘currado’ de lo lindo y dando en cada uno de los casos la mejor versión de mí mismo.

Puede sonar loco, pero prefiero la inseguridad de un autónomo que la tranquilidad cualquier otro trabajador. Porque esa inestabilidad es la que me obliga a reinventarme, a exigirme más, a intentar aportar una mejor versión de mí mismo. Me obliga a crecer cuando otros se han conformado. Hay días jodidos, te lo aseguro, pero a pesar de ello prefiero mil días jodidos a un día aburrido.

Imagino que va con el carácter y con la forma que tiene cada uno de afrontar y de vivir su trabajo y su vida. Hay quién descuenta los días hacia no sé muy bien qué y los hay que intentamos que todos los días cuenten por si lo que hay al final no termina de convencernos y al echar la vista atrás darnos cuenta de que todo ha merecido la pena. Y de estos creo que hacen falta más, muchos más.