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El otro día cuando fui a recoger a mis hijos al colegio, justo entraba en la zona comunitaria del patio, un padre y su hija salían de la clase brincando como cervatillos. Ese brinco que solo puede hacer una niña, que va de lado a lado con un pequeño saltito. Su padre le copiaba y me los veía así brincando, felices. Una imagen bella.

Amae también tiene este brinco, sobre todo lo hace cuando su imaginación vuela y se siente libre.

Es curioso cuando nos hacemos adultos, solo lo podemos ver en sitios concretos como un musical o en algún aula de baile. Pero fuera de estos ejemplos ver a un adulto brincar como un cervatillo o como Billy Elliot pues va ser que no.

Yo pude hacerlo una vez con mi hija, y la sensación era divertida, me reí. Y sí, sentías volar, sentías libertad. Y podía sentir que si lo practicaba más podía soñar, imaginar, y hasta transportarme a cuando era niña, que brincaba.

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Al hilo de esto, al tener hijos pequeños los mayores de la casa también hemos visto «Bambi» (1950). ¡Wow! Menuda peli de dibujos, tengo que apretar el botón de avanzar porque ni yo misma soporto escuchar los disparos, y que el pequeño Príncipe del Bosque se quede sin su madre. O «Pinocchio» (1883, novela/ 1940 película), una película muy moralista: no mentir; no pervertirse en el mal; no descarrilarse del camino. No caer en el vicio ni en las tentaciones, no holgazanear. Indagando más sobre esta historia parece ser que su autor, Carlo Collodi, era masón. Y pudiera ser que esta obra tenga una influencia en la masonería. De tronco a marioneta y después a niño. Una alegoría sobre la formación de las personas basada en el honor, la verdad y la virtud. Pinocchio de camino a la escuela también brincaba como Bambi.

Y otro dibujo animado fantástico es «Everest» (Abominable, 2019). Everest, es una yeti que no llega a brincar pero su magia le hace mover montañas, laderas, prados. Le hace volar, levitar, a través de una canto mantra.

Casi todos los dibujos animados tienen el brincar en los niños, y niñas, como parte de su adn.

También los perros lo tienen, su inocencia. Ellos también brincan en un campo abierto. El hecho de que piensen en ‘el hoy’ les hace ser extremadamente felices. Yo quiero un poquito de eso. Así que voy a intentar brincar, ja ja solo de proponérmelo me sonrojo y río a carcajada. De verdad, la sensación es muy bonita.

No dejemos de brincar, porque eso nos hace soñar y mantener ilusiones por cumplir. El secreto de mantenerse joven, el secreto de volver a ser niños. Por cierto he cumplido los 40. Y eso me hace pensar que hacía lo menos tres décadas... ¡que no brincaba!