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No han matado a nadie, tampoco se han llenado los bolsillos con el dinero público como ha hecho tanto político corrupto del PP y también del PSOE, pero sí diseñaron una ilegalidad constatada en el juicio ante el Tribunal Supremo.

Los líderes del procés son culpables de haber cometido los delitos de sedición y malversación en sus respetables inquietudes independentistas chapuceramente ejecutadas. Pero sobre todo las penas que acabarán de cumplir mucho antes en la calle, pueden interpretarse como el castigo a su propio engaño provocando la división social de Cataluña hasta generar una situación lamentable.

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Con el propósito de presionar al gobierno los políticos condenados embaucaron a la mitad de catalanes que se ilusionaron con la proclamación fantasmagórica de aquella república de 7 segundos y se lanzaron a la calle para defender las urnas y la democracia (?) como repiten ahora. Obviaron que las maniobras políticas, incluida esta jugada farolera, tampoco pueden estar por encima de las leyes, la Constitución o el propio Estatut, ni la voluntad de una parte del pueblo, prevalecer sobre la del resto a la brava.

Tampoco la libertad de expresión para manifestarse y gritar contra España, el rey o quien se les antoje, incluye atentar contra el mobiliario urbano y las fuerzas del orden con violencia física y material, como está sucediendo. Basta ver el desolador paisaje de las cuatro ciudades catalanes las últimas noches para cuestionar al irresponsable president de la Generalitat, Quim Torra, cuando afirma que el independentismo construye y no destroza. Lo dice después de haber alentado a los que ahora tilda de infiltrados, aunque sean una minoría, exhibiendo un cinismo a la altura de su incompetencia.

Todo para defender que la prisión no es la solución, como dicen los iluminados, y claro que no lo es. La prisión no es más que la consecuencia de sus propios actos -advertidos estaban-, aunque se interprete injusta, corta o desmesurada.