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No hace falta que salga la estadística de turno para confirmar lo que es un secreto a voces. Este país está en crisis. Pero crisis en plan general, ¿eh? No digo que sea solo económica. Llevamos un tiempo inmersos en un periodo de recesión brutal con un precio tan alto que difícilmente nos enteraremos hasta que no nos traigan la cuenta. Estamos jodidos.

Estamos en crisis desde el momento en el que los valores que eran y deberían ser los pilares de la sociedad se tambalean. Llevamos un tiempo en el que lo más importante es sobreproteger a los niños y niñas para que tengan una infancia plácida, sin agobios, y lo más ‘cuqui’ posible, sin saber que esos mismos chicos el día de mañana serán adultos y, los que de adultos pasaremos a viejos, los necesitamos fuertes, curtidos, decididos y con empuje.

Los padres no pueden hacer todo lo posible para que su hijo no se caiga, no se raspe las rodillas, no aprenda a llorar de dolor y, lo más importante, no sepa lo que es levantarse a pesar del golpe, porque esos niños serán adultos y, cuando papá y mamá ya no estén, deberán tirar del carro. Y si algo tiene la vida adulta a mansalva, son golpes, hostias como panes, contratiempos que duelen mucho si son esperados y muchísimo más si son inesperados. Y hay que ser capaces de levantarse.

El país está en crisis, y tanto que está en crisis, porque de un tiempo a esta parte nos hemos empeñado en esforzarnos en hacer lo que tocaba, ignorando que lo primordial era hacer lo correcto. No basta con recuperarse de los errores, hay que analizarlos y aprender para que cuando se repitan no solo estemos preparados, sino que además hayamos sido precavidos.

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Ya sé que todo esto suena a palabrería, a detrito mojado, a discurso fácil y vomitivo, pero es la realidad. No podemos pretender enseñar una vida cómoda cuando no lo va a ser. Porque, para mí, uno de los pilares de la sociedad es la capacidad de entrega, esfuerzo y sacrificio. La necesidad de pelear por lo que uno quiere sin que te lo den todo hecho, chupado o masticado.

Está claro que la vida es muy cabrona, y que resulta muy fácil hablar sin conocimiento de causa cuando nuestros problemas poco o nada tienen que ver con los del otro hemisferio, por ejemplo, pero la satisfacción que te queda cuando, a pesar de todo, consigues lo que te habías propuesto, es una sensación indescriptible.

La satisfacción debería ser comedida para que la ambición fuera cada vez más grande. No para ganar más dinero, sino para intentar ser mejor persona. Formar a mejores personas. Porque si a la sociedad le quitásemos gente y le sumásemos personas, ni estaríamos en crisis, ni habría crisis que nos asustara.

dgelabertpetrus@gmail.com