Escucho a la vicepresidenta en funciones Carmen Calvo, concede una entrevista en la radio tras la última noche electoral, y no encuentro en sus palabras un cambio significativo y esperanzador para confiar en una salida pronta del cul-de-sac político en el que estamos metidos.
Repite monocorde la intención socialista de que «ahora sí» vamos a formar gobierno, sin independentistas, por supuesto con un sonoro ‘no’ a una gran coalición que tampoco el PP ha ofrecido, y progresista, por supuesto. «No salen las cuentas», le responde inquisitiva la locutora, y vuelven otra vez los malabarismos dialécticos, la cuadratura del círculo, el ‘nosotros no queríamos convocar estas elecciones, han sido los demás’ pero ahora, en 48 horas, nos pondremos las pilas.
¿Con 16 formaciones políticas en el Congreso de los Diputados, Ciudadanos descabezado y laminado por Vox, se ven más optimistas ahora las cosas que hace seis meses? La respuesta es claramente negativa, las elecciones solo han servido para gastar dinero, aburrir al ciudadano hasta lograr una abstención histórica, y enquistar la situación. Y lo malo es que era previsible, no hacía falta ser un sesudo analista para verlo venir. La Cámara se presenta mucho más atomizada, con presencia de partidos que precisamente ya han advertido que vienen a hacerla aún más ingobernable, como la CUP, nada menos que con dos diputados y 244.754 votos. Mientras tanto y pese a la pérdida de electores, la formación animalista Pacma con más de 226.000 votos de nuevo es el partido más votado que se queda sin representación parlamentaria. Un Congreso en el que hay circunscripciones sobrerrepresentadas, ahí tenemos Teruel Existe, 19.696 votos y un diputado –ahora nos vamos a enterar de dónde está el torico–, o el partido cántabro PRC con 68.580 votos y otro escaño. Cada vez parece más claro que es necesario introducir cambios en la ley electoral, pero para eso hacen falta acuerdos políticos, altura de miras, y de momento ni para gobernar se entienden. El show debe continuar.
