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Es conocido el refrán que asegura que «en todas partes cuecen habas». Según el Centro Virtual Cervantes, significa que hay problemas o disgustos en todas partes y circunstancias. La explicación reside en que las habas eran antes un alimento muy extendido entre personas humildes y también animales. Cervantes escribió en «El Quijote»: «En todas casas cuecen habas; y en la mía, a calderadas». Con esto se quiere recalcar que en nuestro ámbito, los problemas son aún mayores. Me he acordado de este refrán al leer la noticia de que en Montana, en los Estados Unidos, dos mujeres, Ana Suda y Martha Hernández, fueron detenidas por un agente de la patrulla fronteriza, Paul O’Neal, porque las oyó hablando en español. Resulta que es inconstitucional detener a personas por su idioma, acento o color de piel. El agente dijo que les pidió su identificación porque el español raramente se escucha en Montana, que es un estado fronterizo con el Canadá. Pero lo cierto es que las dos mujeres eran ciudadanas estadounidenses, y que hay 41 millones de hablantes hispanos en USA, donde el inglés no es el idioma oficial, pese a que se habla en la mayoría de hogares y se usa para documentos gubernamentales, procedimientos judiciales y contratos comerciales, sino que se hablan hasta 350 idiomas diferentes en el país. Esto contradice lo que afirmó una vez Donald Trump acerca de Norteamérica: «This is an English speaking country». Otras noticias similares cuentan que una mujer fue increpada por hablar español en un vuelo, y que una clienta le dijo al encargado de un Burger King de Florida: «Vete a México si quieres hablar español».

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Esto aquí no pasa, evidentemente: no pasa entre los idiomas inglés y español, sino entre español y catalán. Recuerdo que una vez, en un restaurante del puerto de Ciutadella, un camarero nos dijo que habláramos en cristiano, porque éramos todos gente del terruño y nos comunicábamos como siempre en «pla», esto es, en la variante menorquina del catalán; es decir, éramos diez contra uno y estábamos hablando entre nosotros. Entonces yo le encargué el menú en inglés, como hacen los turistas, y me dijo, literalmente: «No me caliente, que si no, no cena». Fue cuando me entró la firme sospecha de que el inglés tampoco era ‘cristiano’, pero ahora me he quedado desconcertado, puesto que el conflicto de Montana se produjo entre dos colosos cristianos como el inglés y el español, y deduzco, simplemente, que en todas partes cuecen habas, y en la mía a calderadas.