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El país anda agitadillo… Muchos pululan entretenidos con sus calculadoras. ¿Sumaremos? ¿ERC? ¿Ciudadanos? Él, en cambio, ajeno a los trascendentales asuntos de Estado que le arreglarán en el futuro, ya breve, algunos asuntillos (el poder llegar a fin de mes con dignidad, sin ir más lejos) deambula desesperado en su búsqueda.

Cojea. Seis meses de espera –le pronosticaron-. El plazo le suena a sarcasmo. Sobre todo cuando la humedad le recuerda que ella, en Menorca, es señora de su vida o, cuando menos, de su osamenta. La pierna duele, cómo duele la jodida. ¿Dónde andará el puñetero? –se pregunta-. El de su calle se lo llevaron un buen día. Y el de tantas calles. Con nocturnidad y alevosía. Eran viejos –como él- y afeaban –como él-. No obstante, el trámite urge… Le han dicho que, al suyo, el de su calle, sí, le ha sobrevivido un gemelo y que éste habita, marginado, en la Avenida Menorca…

¿Llegará?

Hubiera podido coger el autobús, pero (¡la edad!), se ha dejado el carné de jubilado y hoy es 24… Aunque –decide- se parará en el Infanta. En Paco, hombre bueno donde los haya, le fiará por un día –y por los que se tercie- ese cafetito prohibido que se tomaba a escondidas cuando ella todavía vivía… Le gusta ese bar por su inmutabilidad y porque huele a humanidad…

Mira el sobre, ahora aprisionado sobre la mesa bajo el bastón igualmente envejecido e intenta evocar su contenido… Tiene que lograrlo… Una vez repuesto, y a modo de despedida, lanza una mirada hacia En Paco, que es innecesario pago anticipado y gratitud. Lentamente, sin prisas, recorre la ciudad, que le parece otra, mientras niños en blanco y negro jugando le acompañan con sabor agridulce en su memoria. ¿Por qué cojones se le adelantaron?

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Entra en una sucursal bancaria. «Puede que los milagros sucedan. Puede que me hayan ingresado la pensión un día antes. O que no sea 24, sino 25» –le dice a Marieta, que en gloria esté-. «Es que últimamente ando algo despistadillo» –continúa-. Un traje y una corbata personificados lo remiten al cajero. «Oiga, que de eso no sé» –le espeta al empleado para quien él es, tan sólo, prescindible cliente de tercera regional-. Un transeúnte metido a samaritano le suelta un taco al oficinista de mierda y le arregla el desaguisado. Con cara acontecida le comenta luego al jubilado que no hay milagro y que es, efectivamente, 24… El viejo se lo agradece con un «No se preocupe… Da igual… Era por probar».

Llevaba meses sin pasearse por el centro… «¿Y ellas? Tampoco están»…

Él ya sobra. Y los que son como él… Lo sabe. Lo siente.

A la postre alcanza la Avda. Menorca… Y observa nuevamente el sobre que agarra con agrietadas manos. Ahí está, efectivamente, como un náufrago en un mar sin sensibilidades… Cruza con cuidado la calle y palpa, finalmente, el buzón. «Los dos tenemos algo en común» –le comenta, mientras un chaval en patinete se lo mira con desprecio -. «Sobramos –itera-. Como las cabinas. ¡Oye, que no queda ni una! ¿Lo sabías?». Luego, agarra la felicitación y la introduce lentamente en el interior del amarillento superviviente. «Va dirigida a mi nieta… La única que tengo» –le confiesa a un buzón redivivo-.

De regreso, comprende que cada vecino es como una cabina y cada casa como una sede de correos… «El wifi ese…» Algo de eso ha oído hablar, sí… No es, ya, un mundo para viejos – se lamenta-. Pero luego observa los rostros y se reconoce sabedor de que fueron precisamente ellos, los de su generación, quienes lo hicieron posible casi todo. Sin embargo, al contemplar la profunda seriedad - ¿o será tristeza?- que anida en muchos de esos semblantes, se pregunta si, tal vez, erraron en algunas cosas…No obstante, y a pesar de todo –se consuela- mañana será día 25…
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P.S.- Estimado Emili: Gracias por la joya literaria que publicaste el pasado viernes: «El futur nostre de cada día»… Un prodigio de sensibilidad y habilidad creativas. ¡Qué gozada leerte cada semana!