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El abuelo de Hawái, protagonista en mi segunda novela, arguye en ella que, posiblemente, Cristo vino al mundo a abolir la falta de Adán y Eva, pero también vino a traer los libros de texto para que estudiásemos y tuviéramos un adecuado comportamiento, aquí, en la Tierra. Los numerosos suspensos habidos así lo exigían. Piense usted que hasta entonces disponíamos tan solo de algunos efímeros apuntes, lo justito para alcanzar un aprobado en los exámenes de final de curso. Era perentorio sin duda potenciar la pedagogía religiosa y Cristo desplazó las enseñanzas terrenales que reverenciaban poco menos, al más bello, al más fuerte y al más poderoso y presentó las universales, lindando con el más caritativo, el más noble y el más solidario. Sin duda la visión racionalista del abuelo en vez de la mitológica de las Sagradas Escrituras sobre el cacareado mal comportamiento de nuestros primeros padres en el paraíso terrenal -que por otra parte ni el abuelo ni yo contradecimos-, parece un análisis más en consonancia con el aterrizaje celestial en este planeta.

Cristo rompió en dos la filosofía con sus postulados, no anduvimos ya más a tientas, las lentes teológicas corrigieron al fin nuestra miopía secular. La observancia de los diez mandamientos y de los pecados capitales nos otorga un plan de estudios inequívoco para pasar curso. Naturalmente la misión divina en la Tierra incluía la instauración de la correspondiente Academia donde se impartieran las correspondientes materias, de lo contrario la bajada celeste no hubiera tenido continuidad y todo se hubiera quedado en nada. No son pues las religiones cristianas, periféricas, sino concéntricas, siendo la católica la universidad de todas ellas, al ser instaurada por el mismo Dios, mientras las otras, cristianas, disidentes, son aparentes por ser instituidas por hombres. Un matiz explicativo y revelador, claro como el agua.

Las ejecuciones políticas, sociales o personales de los dirigentes de la Iglesia a lo largo del tiempo quedan al margen de la divinidad por ser terrenales. No se pueden admitir sus actuaciones como extensiones divinas. Creo firmemente que una cosa corresponde al hombre y la otra a Dios. Demostración palmaria es el ínclito papa Borgia. Ningún paralelismo observaba pues con su jefe celestial, sino más bien con su infernal enemigo. No me cabe duda alguna de que en épocas pretéritas se adentraban en la sacristía, además de individuos con hambre de poder o de honores, otros tantos sin los sentimientos que deben adornar a un eclesiástico; seres lamentablemente sin sitio en nuestra sociedad por distintas y variadas razones, buscando un escape de ella, algo que va disminuyendo a marchas forzadas con la apertura de las libertades sociales y la prosperidad, no siendo yanecesariopara tales sujetos camaleonizarse entre la curia.

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Estos seres, sin la vocación requerida, han distorsionado, y siguen distorsionando, con sus anómalas acciones a la Iglesia. Porque, aun siendo un porcentaje insignificante, cada uno de ellos ocasiona un mal… que multiplica por mil la gente. Además, como la curia vocacional, por ser de carne y hueso, como nosotros, a lo largo de la vida, se puede desnortar en alguna ocasión, causa asimismo un mal enorme a la Academia de Dios,… sobre todo, repito, por no querer entender el laico que Dios es el cielo y la Iglesia es la Tierra, no por otra cosa.

Creo firmemente que en dos mil años en el Vaticano no han desvirtuado un ápice la esencia de los postulados divinos –ni siquiera el Borgia español-, por el axioma de que Dios no dejará que se desvirtúen… No por otra cosa. Es obvio, Él lo salvaguarda desde arriba, de lo contrario sería un papanatas, para eso no hubiera bajado a la Tierra.

En un artículo anterior comparé a los integrantes de la Iglesia como los empleados de Dios en un restaurante, sirviendo la comida del recetario celestial, donde lo sustantivo es su calidad y no el servicio. Una comparación ni mucho menos despectiva, como habrá pensado más de un lector, sino real, por compararla con Dios. En este artículo les otorgaré su dimensión terrenal, que no es otra que profesores de educación espiritual. Sus estudios así lo determinan. Como también lo determina la necesidad que tienen numerosas personas de una orientación o simplemente la ordenación de sus sentimientos. Lo mismo que la educación física requiere de un profesor, también la requiere la educación espiritual. Por consiguiente, aunque terrenal, la Iglesia cumple un lugar preponderante en los planes de Dios. ¿Los intrusos?...Ya se sabe, Dios escribe con buena letra, pero torcido.