TW

Imagine por un momento que usted es el gerente de una guardería. El horario del centro finaliza a las 16:00 horas cuando se supone que los padres deben recoger a sus hijos. Sin embargo, con bastante frecuencia, los padres llegan tarde y le obligan a quedarse después de la hora fijada para el cierre. En esta situación, se le plantean varias alternativas para reducir la frecuencia de este comportamiento. Una de las opciones consiste en imponer una multa económica a los padres que lleguen tarde. ¿Tendrá eficacia esta medida? Los investigadores Uri Gneezy y Aldo Rustichini realizaron una investigación entre enero y junio de 1998 en diez guarderías privadas de Haifa (Israel). Durante las primeras cuatro semanas, el estudio se limitó a registrar el número de padres que llegaban tarde cada semana. Al comienzo de la quinta semana, la dirección de seis de las guarderías publicó un anuncio en el que avisaba de que se impondrían multas de 10 NIS (unos 2,5 euros) por un retraso de diez o más minutos. La multa se pagaba por cada hijo que estuviera en el centro. A pesar de que los maestros estaban al tanto de este nuevo sistema, desconocían el proyecto de investigación sobre la eficacia de esta medida. Pasadas doce semanas, la dirección de los centros avisó de que cancelaba la imposición de multas.

Tras analizar la información obtenida, los investigadores constataron que la multa no había conseguido el efecto pretendido. No se reducía el número de padres que acudían tarde a recoger a sus hijos, sino más bien lo contrario. La incidencia de los retrasos casi se duplicó. Los padres empezaron a considerar que la obligación moral de recoger a sus hijos en hora –basada en el respeto al profesor y a evitar una sensación de abandono- se había convertido en una simple transacción económica. Pagar más para tener un servicio adicional. En vez de reducir el comportamiento que se quería evitar, se había potenciado hasta el punto de que, una vez se eliminaron las multas, el comportamiento negligente de los padres persistió y continuaron los retrasos en la recogida de los hijos.

Noticias relacionadas

Una de las funciones del Derecho consiste en regular los comportamientos humanos que se desarrollan en la sociedad. En función de los intereses que se consideran dignos de protección, se prohíben determinadas conductas y se imponen sanciones para inhibir tales comportamientos. Desde un punto de vista teórico, la amenaza de la sanción hace reconsiderar determinadas acciones por el temor a sufrir la consecuencia jurídica prevista por la norma. Sin embargo, en la práctica, este planteamiento se ha demostrado insuficiente porque el cálculo entre el coste/beneficio no siempre se ajusta a parámetros de racionalidad. La investigación realizada por Uri Gneezy y Aldo Rustichini demuestra hasta qué punto la introducción de una sanción resultó inadecuada para el fin pretendido. Cuando se ‘mercantilizó’ el retraso se redujo drásticamente el compromiso cívico del padre con la guardería hasta el punto de ‘normalizar’ dicha conducta. En pocas semanas, los padres cambiaron su mentalidad y empezaron a considerar que, mediante un simple pago, quedaban exonerados de la puntualidad. Nadie les podía reprochar su comportamiento negligente pues el desvalor de su acción se había encapsulado en una sanción económica.

Los resultados de este interesante estudio nos obligan a reflexionar sobre los límites de las normas sancionadores. ¿Qué podríamos conseguir si incrementáramos el compromiso ético en nuestro trabajo? ¿Cuántos escándalos de corrupción se podrían haber evitado con un poco más de respeto a los ciudadanos? ¿Cuántas empresas seguirían funcionando si sus directivos hubiesen sido más leales con los trabajadores? ¿Cuántos problemas sociales se podrían solucionar con más diálogo y tolerancia? ¿En qué sociedad viviríamos si todos tuviéramos un poco más de empatía? Si consideramos que la sanción es la única manera de prevenir ciertos comportamientos, estamos admitiendo que somos incapaces de asumir la responsabilidad que tenemos en una sociedad cada vez más compleja. Quizá sea el momento de recordar las palabras de Mahatma Gandhi: «La diferencia entre lo que hacemos y lo que somos capaces de hacer bastaría para solucionar la mayoría de los problemas del mundo».