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Cuando acaba un año y tenemos otro a las puertas, conviene hacer balance. Pararse a pensar. Eso que antes llamábamos ‘examen de conciencia’. Lo bueno, lo malo, lo regular y lo indescriptible. Todo cabe en 365 días. Repasemos. Que cada uno que haga su particular selección. Seguro que ninguna coincide. Mientras nos acercamos a las doce campanadas, cunde cierto desánimo ya que las circunstancias no son halagüeñas, pero el verdadero optimista no se limita a analizar la realidad fríamente. Se implica y dice: esto lo vamos a mejorar.

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En lo político, jugamos con fuego. Demasiados indicios de ruptura. Los antisistema crecen tanto que los sistemáticos parecen bichos raros escondidos en su madriguera. Las cosas se repiten periódicamente. Por mucho que nos creamos especiales, reproducimos situaciones que ya tuvieron lugar con otros personajes. El guion es el mismo y veremos el desenlace. En lo social, todo cambia al ritmo de las tecnologías y sus aplicaciones. «Eso dímelo a la cara» no es chulería, es necesidad de centrar la mirada más allá de la pantalla. Si no viviéramos acelerados podríamos disfrutar de la vida: saborear un plato, escuchar una música, contemplar un paisaje, vibrar con una caricia, oler una flor que nos regala su perfume sin pedir nada a cambio. Balance terminado. El presupuesto para 2020 dice que tenemos que ir pagando la deuda acumulada e invertir bien lo ganado, sin despilfarrar hasta quedar en la ruina.