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El cuerpo no es un trozo de carne cualquiera, moribundo, por ser materia, sino que debe preservarse, al ser una prolongación del espíritu, su hipersensible e inmortal compañero de fatigas, que junto a la mente conforma el trípode sobre el cual nos asentamos.

Kant ajustó técnicamente las tuercas de la regla de oro -«tratar a las personas como si fueran una finalidad en sí y no solo un medio para otra cosa»-, con una coletilla que dice:«…y no usarse a sí mismo como un mero medio para conseguir algo…!». Usarse a sí mismo como un medio para conseguir algo! ¡Usarse a sí mismo!... Pero, ¿qué conseguimos de manera improcedente mancillándonos a nosotros mismos sin salpicar al prójimo?... Únicamente pueden ser usanzas del cuerpo. Placer desintegrador, cierta variedad de gozo que mina el espíritu.

No se debe ingerir obviamente por la boca más de lo conveniente en cuanto a sustancias sólidas y líquidas. Uno está usándose indebidamente con una actitud glotona, que, pronto o tarde, además del cuerpo, también el espíritu denuncia. La prostitución debe ser otra usanza desacertada en beneficio propio. Quizá todo acto libidinoso, no solo el onanista, en cuanto a que el apéndice sexual es un órgano exclusivamente pro creativo, podría entenderse también como uso propio indebido.

Porque la ira, la envidia y según se evalúe la pereza no se pueden considerar como usanzas indebidas en beneficio propio, como lo podrían ser la soberbia o la avaricia, por los instantes placenteros –psicológicos- que reporta, sino como actos evidentes de mal uso por no reportar absolutamente nada.

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Usarse a sí mismo es un acto más grave que el mal uso de uno mismo y menos grave desde luego que usar al prójimo. Más determinante es sanar las taras propiamente espirituales, repulsivas, cuyos personajes que las infligen ocupan en la crónica de Dante Alighieri el lugar más profundo de las cárceles universales, que las corporales o las capitales, a excepción de la soberbia que desgarra al prójimo.

En la relación entre el cuerpo y el espíritu se dan algunas variantes específicas. El sexo por ejemplo no enemista a ambos a muerte. La cuestión que aturde al espíritu es la sensualidad, no el acto carnal. Una actitud sensual sistemática está a la altura de la ira, de la envidia, de la avaricia, e incluso de la soberbia, porque poluciona la psique, el sentimiento se ceba sobre la persona del sexo opuesto y distorsiona las relaciones interpersonales, rebajándolas sino a ras del suelo, a ras de la cama. La sensualidad mina gravemente el espíritu, impidiendo a la persona progresar en otros apartados íntimos, vitales para el ingreso de la persona en el estadio universal. El espíritu depende de la asepsia corporal hasta tal punto que si no queremos dar bandazos a diestro y siniestro por la periferia de la vida, debemos desembarazarnos de la sensualidad, como asimismo del alcoholismo y de la glotonería.

Se debe educar, además del espíritu, las rutinas del cuerpo, porque en ocasiones queremos remodelar uno sin ocuparnos de las atenciones que competen al otro. Será entonces una misión quimérica, con muchos años en vilo, pues los avances no se producirán según nuestras expectativas. Usarse a sí mismo es uno de los motivos por los cuales una persona, a pesar de sus leales propósitos, logra aprobar con apuros sus deberes en este mundo… mientras el mal uso o el uso del prójimo lo transfiere al pelotón de los torpes.

florenciohdez@hotmail.com