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Es una frase mítica de la mítica pareja Tip y Coll. Hoy solo podemos hablar del presidente, investido ayer por los pelos pero de forma legal y legítima. Pedro Sánchez estrenará un gobierno de coalición, fórmula inédita en esta democracia española que causa tanto resquemor, si nos atenemos a la bronca sesión vivida en el Congreso de los Diputados, a causa de la condición de los socios escogidos por el PSOE, que no son los ideales sino los posibles.

Sánchez se lleva unos compañeros de viaje a los que había repudiado una, dos y cien veces y se apoya en el grupo amigo del terrorismo vasco y en el independentismo catalán, al que le «importa un comino la gobernabilidad de España», según dijo ayer la portavoz de ERC.

Malos comienzos que le aventuran a Sánchez un itinerario accidentado, no será conductor sino rehén de las intenciones ajenas, circunstancia que extiende la duda razonable de que pueda completar el recorrido, pero ayer adquirió todo el derecho a intentarlo.

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Lo peor del espectáculo parlamentario vivido es la radicalización de los bloques políticos y una dialéctica progresivamente más áspera. En el Congreso se puede pasar de acusaciones de «manos manchadas de cal», como le dijo Iglesias a Sánchez, al abrazo del poder, que convierte en anécdota todo lo ocurrido con anterioridad, incluidos los casos de corrupción.

Empieza sin duda un gran cambio en todos los sentidos y para todos los ciudadanos (y ciudadanas, como nos canseremos de oir en adelante). Quizás sea eso lo malo, que la estética estéril tape la ética, que ha sufrido una contorsión para hacer esto posible.

¿Dónde está hoy Albert Rivera, quien tuvo en su mano evitar las elecciones de noviembre? ¿Por qué el PP brama en vez de dejar gobernar solo a Sánchez como el PSOE dejó a Rajoy?