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La letra de Keep on Running, de Spencer Davis Group, traducida por aquí como «Corre, corre» decía: «Sigue corriendo, etc.» Sigue corriendo, no pares. Esto tiene incluso algunos visos escabrosos. Escabroso era una palabra que le gustaba decir a mi suegra. «Esto es escabroso». Claro que, en tiempos, todo era escabroso, incluso chupar una piruleta. Pero hoy ha surgido una noticia que me sobrecoge: «Correr la maratón rejuvenece las arterias y baja la presión» Si quieren se lo digo en inglés: «Anyone running a marathon for the first time in 2020 will reduce the age of their arteries by four years… and will also be lowering their blood pressure». No lo voy a traducir porque sé que todos saben inglés, y los que no, lo imitan muy bien, como los cantantes locales de los años sesenta. Estoy de acuerdo; estoy de acuerdo en que el ejercicio baja la presión y favorece la circulación de la sangre. Pero no creo que haya que correr una maratón de 42 kilómetros para eso; más bien sería partidario del ejercicio moderado, adecuado a la edad de cada uno.

Las exigencias de una maratón estresan tanto al cuerpo que muchas personas van a necesitar asistencia médica por lesiones leves, pero también graves. Leo que desde que la maratón de Londres empezó a realizarse en 1981 han muerto 12 personas y en las más de tres mil maratones celebradas en Estados Unidos en nueve años hubo 28 muertos. Muchas víctimas mortales, como suelen decir en la tele –las inmortales no se cuentan–, que seguro que tenían la presión bajísima, porque los muertos no tienen presión.

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La presión arterial suele calificarse de enfermedad silenciosa. Uno no nota nada hasta que la palma. Tiene que vigilarse, por supuesto, y algunos médicos recomiendan bajar peso y hacer ejercicio, en los casos en que no se practica otro deporte que el ‘sillón-bol’, esos que dicen ser muy deportistas porque ven tres partidos al día mientras consumen pizzas y hamburguesas. Otros médicos recetan pastillas, y lo cierto es que las hay baratitas, pero también las hay muy caras, de esas personalizadas. Otros recurren a la dietética, y en vista de los precios de algunos productos vegetales convenientemente envasados en cápsulas parece como si los herbolarios se hayan puesto a competir decididamente con los laboratorios farmacéuticos.

Bueno, ya se sabe que a dinero en mano, el monte se hace llano. Y también se sabe que la envidia acorta la vida, porque en lugar de envidiar al que se esfuerza, hay que salir a hacer ejercicio.