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El arte de madres y abuelas de quitarse la pantufla y arreglar cualquier entuerto con una buena dosis de suela se está perdiendo. Se trata de uno de los elementos disuasorios más eficaces que ha conocido la raza humana. Y ahora, en esta ‘zoociedad’ de políticamente correctos, cada vez está en mayor peligro de extinción el ataque con la zapatilla que solía venir acompañado de una mirada que echaba fuego y que lo mismo te solucionaba un roto que un descosido.

Recuerdo como una vez mi abuela usó la técnica conmigo. Hizo magia. Me puso delante un plato de croquetas caseras. Le pregunté de qué eran, me dijo que de bacalao y al negarme a comérmelas porque no como pescado, me dijo que eran de pollo. Mi agudeza propia de un chaval de 8 años cazó al momento la mentira y di rienda suelta al berrinche.

Mi abuela, curtida en mil batallas, desenfundó rápidamente su zapatilla y me miró de forma tan intensa que bastó no mucho más para comerme aquel plato de croquetas de pollo... Con sabor a bacalao.

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Ahora, ni las abuelas, ni los abuelos, ni las madres, ni los padres pueden invocar el milenario poder del calzado de andar por casa. Puede parecer una broma, pero yo creo que algunos rumbos torcidos se han enderezado a golpe de zapatilla y con mucha mano izquierda, claro. La buena, la que es capaz de soltar diez ‘drives’ por segundo con más potencia y furia que Rafa Nadal en su mejor día.

Y si no, mira a la reina de Inglaterra. Tiene al nieto como una oveja descarriada, renunciando a los dineros, a los títulos, a la purpurina, las carrozas en forma de calabaza y a toda la farándula real por amor y por principios. A este muchacho, seguro, le falta alguna ración de pantufla. El problema es que como Su Majestad calza zapatos de diseño, jamás llevó las zapatillas clásicas e indestructibles de cuadros con una amortiguación perfecta que le hubieran permitido gestionar su conducta. ¿Verdad?

Bromas aparte, que alguno anda demasiado sensible e irascible y puede pensar que hablo en serio, la verdad es que si echas la vista atrás unos años, podemos ser conscientes de cómo han cambiado muchas cosas y hasta qué punto hemos ido evolucionando para intentar corregir cosas y limar aspectos que nos ayuden a tener una ‘zoociedad’ mejor.

Imagino a las abuelas de hoy en día organizadas en plan multinacional maquiavélica compartiendo una lluvia de ideas para encontrar el método que sustituya la zapatilla sin que cause un trauma vitalicio a las niñas y niños. Quizás, en lugar de centrarse en luchar deberían buscar alianzas trasatlánticas con los pequeños, en plan “si te portas bien, te daré golosinas”, como si de una especie de camello del dulce trapicheando se tratase.