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Probablemente a estas horas ya lo has visto. Y si no lo has hecho, deberías. Te hablo del último vídeo viral que corre por Whatsapp en el que un muchacho etílicamente perjudicado increpa a un guardia de seguridad que mide dos veces lo que él tanto de ancho como de alto. La molestia incluye –pobre infeliz- un magreo a uno de los pechos del ‘segurata’ que, harto de la humillación y con las narices llenas, entre otras partes del cuerpo, opta por quitárselo de encima con un empujón que lo manda al otro lado de la calle.

Hasta aquí el video sería normal y poco atractivo viralmente hablando. El elemento de la cuestión que lo hace especial es cuando el beodo a duras penas se levanta con el mismo nivel de ánimo de revancha que de falta de equilibrio y, supongo que, con la percepción de la realidad bastante alterada, vuelve a invadir el espacio personal y vital del guardia. Esta invasión no le sienta nada bien al trabajador, pero, créeme, al invasor le sienta peor puesto que le cae un guantazo de dimensiones siderales, un golpe que duele solo de mirarlo, una ‘hostia’ que le ha alterado de por vida el presente, el pasado y el futuro, que le ha girado los apellidos y, como mínimo, le ha hecho replantear el porqué de muchas cosas.

Evidentemente el alcohol y los principios de la Ley de la Gravedad hacen que el muchacho vuele y caiga al suelo a la espera de que mañana sea un nuevo día y de que la hostia –no sé si merecida, pero desde luego buscada- no haya provocado ningún cortocircuito o no haya roto ninguna habilidad motora. Menuda leche, lo acabo de volver a ver.

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Esta escena, como decía, ha volado de teléfono a teléfono en pocos días convirtiéndose en uno de esos vídeos que se comentan. Y con razón. Lo que me lleva a preguntarme, primero si el protagonista está bien, y segundo, ¿dónde está el límite de la privacidad del individuo?

La escena, no me cabe la menor duda, es fruto de una mala noche, de alguna copa de más, algo que en mayor o menor medida nos puede pasar a cualquiera. O a ‘cualquiero’. Claro que, la inmensa mayoría, no andamos ‘pedos’ desafiando al personal y mucho menos a tipos que pueden ser, si se enfadan, perjudiciales para nuestro instinto de supervivencia.

La cuestión es que hoy en día tienes que ir con mucho cuidado porque a la que algo a nuestro alrededor chirría o se sale de lo natural, acto seguido tienes a alguien con el teléfono en la mano buscando inmortalizar el devenir de la situación, sin importarle ni tener en cuenta lo que piensa el protagonista en cuestión.

Porque puede pasar que al individuo, en cuestión, le duela el orgullo protagonizar el enésimo fenómeno viral. Aunque a este, en cuestión, lo que le duele es la cara. Menudo bofetón. ¿Lo has visto?