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Los profesionales de la sanidad de unos 30 países donde se han diagnosticado casos de coronavirus trabajan en esta fase de contención, un objetivo difícil pero que la OMS considera que todavía es posible. El efecto colateral es que donde se detecta el virus se llevan a cabo acciones de aislamiento y de cuarentena, como ha pasado en Tenerife, con mil turistas encerrados en el hotel.

El pánico que causa la rápida propagación del virus, mayor que en 2012 desde Arabia y 2002 desde China, provoca otra víctima, además de los enfermos: la economía. La última muestra es la cancelación de la ITB de Berlín, o las medidas en Suiza para suspender concentraciones de más de mil personas o el desplome de las bolsas. A veces parece una reacción en cadena, como piezas de dominó. Todavía sigue siendo mayor el miedo al virus que a las consecuencias económicas de la reacción a su propagación.

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El coronavirus puede conseguir que el enfriamiento de la economía se convierta en una nueva crisis de calado. Y quizás ahora es el momento de tener en cuenta que las crisis económicas también matan, especialmente a los más débiles, lo mismo que hace el virus. Por tanto, aunque no haya vacuna contra esta nueva enfermedad sí debería haberla con relación a sus efectos económicos: ayudar a desactivar el pánico y no precipitarse en decisiones, como pasó con la suspensión del Mobile de Barcelona.

Tomàs Jofresa, el exjugador de baloncesto, que el sábado 22 llegó a Ferreries procedente del norte de Italia, explica hoy lo que es una actitud responsable: informar a Sanidad de un posible riesgo, ser prudente para evitar contagios y después continuar con la actividad normal.

El problema es que las actitudes personales no bastan y son los gobiernos y las autoridades sanitarias las que tendrán que adoptar las decisiones para el control de los daños directos, colaterales y sociales y económicos que ya estamos sufriendo.