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Por qué crear alarmas innecesarias cuando lo que queremos es entrar directamente en psicosis colectiva. Cuentan que algunos supermercados acabaron ayer el papel higiénico, la mejor prueba del nivel de congoja que se ha apoderado del pueblo. El caso, disparado entre un mar de dudas, demuestra que somos vulnerables y manipulables. Como en los procesos electorales, donde nos cuelan ruedas de molino envueltas en papel de celofán.

Ayer se vio por televisión al presidente chino pasearse por las calles de Wuhan con aire triunfal y el mensaje de que han vencido al virus. Eso sí, equipado con mascarilla, y la gente asomada a las ventanas, sin pisar la calle. La imagen envía el mensaje contrario. Es la ciudad con los primeros mártires del ‘bichito’, 13 médicos jóvenes y un número que nunca conoceremos de enfermeras muertas porque en un país comunista y totalitario la información también es un producto manufacturado a conveniencia del jefe.

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Fuera del territorio madre del problema que ya asola al mundo, cada llamada a la tranquilidad constituye un aguijonazo a la preocupación. La infección en Italia marca un antes y un después, como dice la consellera Patricia Gómez. Ha pasado de ser una cosa de chinos a un problema de todos. Se trata de un virus nuevo que aún no sabemos ni cómo prevenir ni cómo contener, en palabras de médico. En esa ignorancia, nos venden el principio médico universal de lavarse las manos.

Las medidas también son dispares, cierran colegios aunque no haya infectados, se ponen la venda sin tener heridas. En Tenerife aislan a todos los clientes de un hotel por un contagiado y en Menorca se decide por pasiva que todo siga igual, salvo el infectado que está en la UCI. Como dice un amigo, dan más miedo las autoridades que el coronavirus.