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El virus está resultando demoledor sin que se observe una solución a corto plazo, no ya por el número de víctimas sino por sus consecuencias. Cae la economía y nuestro principal sustento se va a resentir hasta límites desconocidos, de hecho ya se ha resentido con la cancelación de los viajes del Imserso, y la incertidumbre sobre la temporada estival a la vuelta de la esquina. El miedo rodea al empresariado, ya han aparecido los despidos en varios puntos del país y las contrataciones se van a restringir por razones obvias.

Ese es el paisaje tenebroso que ofrece la enfermedad contra la que combaten los gobiernos dejando una sensación de efecto mimético. Las medidas adoptadas primero en Asia se han ido extendiendo hacia Europa al fin de proteger al ciudadano limitando el contacto con sus semejantes. Aislar a las ciudades o núcleos más afectados será el siguiente paso.

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En esa coyuntura pavorosa si algo se puede rescatar es una solución experimentalmente positiva en sí misma. Se trata del teletrabajo, hasta ahora limitado a algunas empresas, pero que el coronavirus va a multiplicar por causas de fuerza mayor. Los hay que se han apuntado a la prevención en cuanto se han marcado directrices desde el Estado porque toda precaución, visto lo visto, es positiva para cortar el camino al virus.

Ahondar en esa forma de trabajar, hoy ya al alcance de muchas profesiones gracias a internet y a las nuevas tecnologías, que permiten todo tipo de soluciones sin que sea necesaria la coincidencia física en un mismo lugar, será el ensayo general que está propiciando la dichosa enfermedad. Es la ocasión adecuada para mejorar conexiones y velocidad en la transmisión de datos con la excusa de facilitar el ejercicio profesional desde la propia vivienda. El problema generado adelantará varios años la implementación del teletrabajo, que será moneda común en un futuro cada vez más cercano.