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Pipi Calzaslargas, la niña de 9 años con dos trenzas, un caballo con motas, un mono y dos vecinos casi de su edad, Annika, y Tommy, vive en su casa llamada Villa Kunterbunt, con sus mascotas. Es una niña imaginativa y rebelde ante todo convencionalismo. Cuando limpia su casa suele lavarse los pies antes, derrama el barreño del agua y se pone unos cepillos en los pies con los que patina y limpia al mismo tiempo. En la década de los ‘90 A3 la reponía. Yo era una de esas niñas pegada al televisor embobada con la personalidad de la chavalita. Ahora esa niña son mis hijos, y no estoy embobada, estoy,... estresada. Va y viene el estrés. Desde luego son imaginativos y también rebeldes ‘con causa’. Las actividades para realizar en casa las hay infinitas: por el colegio, las extraescolares, ... también hay tiempo para aburrirse. Para hacer deporte en casa. Para salir a la terraza y jugar. Pero lo que desean -aunque no saben a su edad expresarlo- es salir, como hacia Pipi Langstrump que tenía unos zapatos enormes y brincaba de un lado a otro con la gracia de una niña en libertad de movimientos.

En esta cuarentena, de confinamiento, los adultos somos unos privilegiados: podemos salir -si hay necesidad- a hacer la compra, a la farmacia, a sacar al perro, a tirar la basura, y al trabajo algunos. Tenemos la buena suerte de estar en otros espacios diferentes a la casa.

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Respecto a disfrutar del tiempo. En mi caso no veo a diferencia, ya lo hacía antes y lo sigo haciendo ahora. Pero quizás tengo más trabajo ahora que antes: estar en casa con una niña de 5 y un niño de 4 años, y trabajando desde mi ordenador se hace más complicado. Te interrumpen varias veces. Y estás casi todo el rato: poniendo orden en sus actos. Les dejo bastante hacer con su creatividad, ahora mismo saltan en el sofá. Sé que lo necesitan. Cuando acabe la columna, volveremos al orden.

El que me encanta es mi perro Lilo, su serenidad en llevar con dignidad el encierro de mis peques, ‘sus hermanos’. No se inmuta. Está tranquilo observando las diferentes escenas. Cuando no puedo más le miro, él me mira transmitiéndome «ten paciencia, es lo que hay». ¡¡Ayer le di de besos, y abrazos!!. Su silencio, es mi paz. Por las mañanas cuando va saliendo el sol, es el primero en salir a la terraza, corre un poco. Y al rato se acerca al límite de la misma, se sienta y observa sereno la calma de la mañana. Aún hay rocío. Desde dentro de casa me gusta observarle con la taza humeando a té inglés. Mientras todos duermen. Estamos Lilo, yo, y el sol saliente. Qué placeraco. Él no entiende de coronavirus, ni de covid-19, ni de ‘nueva neumonía’ como han nombrado ahora los chinos. Él vive el presente, el aquí y el ahora. Y eso hago. Y eso hacemos en casa todos.