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Cada vez es más obvio que la humanidad está entrando en una dimensión desconocida. Agobiados por la cruda realidad de familiares y amigos afectados, profundamente preocupados por las consecuencias económicas y sociales de la crisis, cuesta mucho elevarse sobre la terrible cotidianidad y tratar de discernir sus claves, y sobre todo aventurar las consecuencias a largo plazo de una pandemia que ha cogido por sorpresa a todo el mundo y para la que buscamos culpables para tranquilizarnos. Necesitamos responsabilizar a alguien de la catástrofe, pero a quién achacársela, se preguntaba hace unos días Enric Juliana en «La Vanguardia», ¿a los chinos por esconder información al resto del mundo, a la OMS por no ser más tajante, al capitalismo neoliberal por debilitar los sistemas públicos de salud, a la Comisión Europea, incapaz de coordinar a los Estados miembros, a las comunidades autónomas por su gestión de las residencias de ancianos, al porco governo, cómo no… a quién, a todos?

El filósofo alemán de origen surcoreano Byung-Chul Han publicaba hace unas semanas en «El País» un extenso artículo («La emergencia viral y el mundo de mañana» 23-3-20), en el que se preguntaba por el fracaso de Europa, comparado con Asia, en el planteamiento de la estrategia frente a la pandemia y llega a interesantes conclusiones. Según el filósofo, los Estados asiáticos como Japón, Corea, China etcétera, tienen una mentalidad autoritaria que les viene de su tradición cultural (confucionismo). Las personas son más obedientes que en Europa y confían más en el Estado. Sobre todo, para enfrentarse al virus, los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Podría afirmarse, sostiene Byung, que allá las epidemias no las combaten solo los virólogos y epidemiólogos sino también los informáticos y los especialistas en macro datos, un cambio de paradigma del que en Europa aún no nos hemos enterado.

La conciencia crítica ante la vigilancia digital es, en Asia, prácticamente inexistente, y esa estructura les ha sido sumamente útil en la lucha contra la pandemia. Prácticamente no existe allá la protección de datos; en el vocabulario de los chinos no aparece el concepto «esfera privada». En Asia impera el colectivismo, no hay individualismo acentuado, y no es lo mismo -matiza Byung- individualismo que egoísmo, que por supuesto también está muy propagado en Asia. No lo dice Byung, pero se puede colegir que en su día a los asiáticos les parecería el colmo de la extravagancia la frase fundacional de Margaret Tachter de que no existe la sociedad, solo los individuos, tan del gusto de neoliberales y libertarios de derechas de hoy.

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El problema que se nos viene encima, sostiene Byung, es que China podrá vender ahora su Estado policial como un modelo de éxito frente a la pandemia, y es posible que incluso nos llegue a Occidente este modelo. Ojalá que no sea sí, concluye el intelectual, y no llegue aquí un estado policial digital como el chino porque si llegara a suceder eso, el estado de excepción pasaría a ser la situación normal. Entonces el virus habría logrado lo que ni siquiera el terrorismo islámico consiguió del todo…

Lo que está meridianamente claro es que nada va ser lo mismo en el mundo post crisis, empezando por las relaciones humanas que, por lo menos en fases iniciales, será seguramente más cautelosa, más distante, menos efusiva (mal asunto para nosotros, expansivos latinos). ¿Cuánto tardaremos en abrazarnos de nuevo sin reservas? ¿Y en darnos la mano? ¿Nos convertiremos todos al saludo japonés? En fin, creo que paulatinamente volveremos a ser quienes éramos. Y no estaría de más que intentáramos ser incluso mejores y volviéramos a dirigir nuestra admiración a científicos, investigadores, médicos, enfermeras, educadores, escritores, en lugar de a idolillos de pies de barro, futboleros, cantantes psicodélicos, influencers y demás patulea. Una buena señal sería que en unos años renaciera la admiración por la verdadera excelencia y aumentaran las vocaciones juveniles de esas profesiones que día a día nos muestran su importancia capital y su heroica dignidad.

Paralelamente y más allá de ideologías, sería muy positivo que esta crisis haya dejado el poso de la extrema importancia de la existencia de un Estado solidario que proteja mínimamente a los más desfavorecidos, una Ciencia respetada y potenciada que pueda arrinconar al suicida negacionismo, una sanidad pública consistente, una investigación y un sistema educativo de primer orden así como una economía desacelerada y sostenible como vectores de una nueva concepción de la vida. Venceremos al coronavirus desoyendo a líderes ignorantes y demagogos y sus sórdidos métodos semi esclavistas o falsamente libertarios, y apelando a la ciencia, al Estado de derecho y a la cooperación internacional.