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¿Como están, queridos lectores? Imagino que aguantando este tirón tan largo de la mejor manera posible. Los niños ya pueden pasear un poco, la calle se ha convertido en el ansiado patio cuando van al colegio. O eso pensaban ellos, porque lo que los niños hacen cuando salen corriendo de sus aulas es jugar con otros niños, y eso aún no está permitido. Mi peque se quedó un poco frustrado porque él entiende que salir por el pueblo es quedar con amigos, no pasear por calles desiertas de comercios cerrados y no poder acercarnos a menos de dos metros con la poca gente con la que nos cruzamos. Le expliqué que eso era mejor que no poder salir de casa, desde su mente de preadolescente intentó entenderlo pero sus ojos me decían que no acababa de computarlo del todo.

La gente de mi pueblo actuó con seriedad en la salida de los niños. Cierto que al ser un sitio pequeño es muy fácil evitar aglomeraciones, solo las hay en verano, y mantener la distancias de seguridad. Y estoy seguro que en miles de pueblos de todo el país la gente se comportó, por eso me enerva la generalización que hacen las redes con cuatro fotos y vídeos virales para meter a todo el mundo en mismo saco y tacharles de irresponsables. Ya comentamos que muchos se han convertido en sheriff de balcón y si por ellos fuera recortarían aún más las libertades que ya nos han cercenado para que ni dios saliera de casa en una década bajo pena de muerte. Oye mira como la clavó Rousseau cuando dijo aquello de: «Y el hombre corrió hacia sus cadenas creyendo encontrar la libertad». No era tonto el filósofo ginebrino.

Ya sabemos que las consecuencias de la pandemia son brutales y crueles, la primera sanitaria con los miles de fallecidos. La segunda económica con los millones condenados a la pobreza. Y hay una tercera que también preocupa, es el interiorizar que todos podemos ver a nuestros vecinos como sospechosos de algo, como delincuentes en potencia que no cumplen las reglas y ponen en peligro al resto. Están creciendo odiadores a jornada completa que disparan contra todo y contra todos. Pregunto, a partir de ahora ¿nos miraremos con desconfianza, e incluso veremos a algunos infectados como irresponsables que no han sabido cuidarse para cuidar a los demás? Esta visión da un vértigo de cojones. No mola nada tener que ir por la vida como si fuéramos todos potenciales malhechores (bonita palabra), porque no lo somos, puñetas.

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¿Debemos entregar nuestra libertad a cambio de seguridad? Sé que el debate que genera esta pregunta es más complicado que hacer el cubo de Rubik a una mano y con los ojos cerrados, y sé también que ideologías situadas en las antípodas pueden compartir argumentos para responderla. Lo que sí queda muy clarito es lo que escribió el periodista Arturo Puente: «Toda la carga de los costes de esta crisis sanitaria se ha puesto sobre la libertad de los ciudadanos, que han pasado a ver reducidas sus condiciones de vida al mínimo, con unas evidentes afectaciones para su salud física y psicológica, también para el desarrollo de los niños, y todo ello profundizado por la enorme desigualdad material entre unos hogares y otros».

Es muy complejo y estamos todos cansados, así que ahora me voy a disfrutar del día libre viendo unos capítulos de la serie «Brews Brothers», donde dos hermanos muy gilipollas viven situaciones surrealistas mientras fabrican riquísimas cervezas artesanas. Hay que desenchufar el coco de vez en cuando para que nos funcione muchos años. Feliz jueves de resistencia.

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