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Si creyeron que algo había cambiado durante el confinamiento, que nos habíamos reconciliado con la naturaleza por ver vídeos bucólicos de delfines en los puertos o de ciervos por calles vacías, malas noticias, no ha sido así. No hemos aprendido la lección, y si antes del coronavirus la lucha era por reducir el consumo de plásticos, envases y toallitas húmedas que invaden la costa, ahora ya tenemos más basura que añadir a esa colección, los guantes y las mascarillas desechables. Imprescindibles y obligatorias para evitar el contagio, muchos sin embargo se deshacen de este material donde les viene bien, sobre todo en alrededores de supermercados, pero ya se empiezan a ver también en arcenes o zonas de paso.

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No solo es un problema medioambiental sino también una amenaza para la salud pública. Con tantas cosas que se desconocen del SARS-CoV-2, que aún circula entre nosotros, sin tener la vacuna y con una inmunidad de grupo bajísima, ¿cómo podemos estar seguros de que esos residuos no son una forma de que se propague la epidemia? Es más que incivismo y guarrería, es una irresponsabilidad que se lancen guantes y mascarillas por las calles, o se depositen en papeleras de cualquier manera y que en un día de viento, lo habitual en Menorca, vuelen y se dispersen. En algunas playas y en distintos puntos del planeta ya han comenzado a verse estos restos, convertidos en otro daño colateral y global de la pandemia. Este material debe depositarse en el contenedor de rechazo, no en el carrito de la compra que cogerá otra persona, ni por supuesto en el suelo. Y si ha sido usado por personas enfermas y sus cuidadores, existe un protocolo de Sanidad, debe ser cuidadosamente cerrado en sucesivas bolsas antes de ir al contenedor. Sufrimos serios problemas de contaminación y salud por nuestra nefasta interacción con el entorno y, aún metidos en esta grave crisi