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22-V-20 Viernes
Mis piernas me conducen al Mateu Orfila a un ritmo tranquilo, sin prisas aparentes, hasta ahí puedo controlar, pero los latidos de mi corazón van por libre, con clara aceleración y alguna que otra sístole desbocada. Percibo un nudo en la garganta que amenaza desbordamiento, pero parece que las compuertas de seguridad resisten… Voy a ver al amigo que acaba de volver de su viaje en la barca de Caronte al reino de Hades, dios griego del inframundo, por el que ha estado navegando durante un par de meses con alguna que otra aproximación al abismo del no retorno. Han sido semanas muy duras para los muchos que le queremos y especialmente turbadoras para quienes compartimos con él, desde hace más sesenta años, una manera de estar en el mundo. Y de reírnos de él, y sobre todo de nosotros mismos.

Observo el azacaneo del personal sanitario que pulula por el pasillo y me maravillo de la profunda humanidad de esta gente abnegada que ha logrado capear una tormenta perfecta en las peores circunstancias posibles y devolver a la vida a mi amigo y a muchos más. Me viene a la memoria uno de esos momentos dramáticos, cuando nos decían que ya volaba muy bajito, que nos fuéramos preparando… «¿Y a quién llamo ahora para comentar las cosas de la vida?», me pregunté abrumado y compungido…

Ahora estoy abriendo la puerta de la habitación, nos miramos, brilla algún destello acuoso y nos ponemos a charlar como si nada hubiera ocurrido. Pero esta vez no hablamos del Barça ni de política, sino de la fragilidad de la vida, de los hijos, de los amigos comunes, de recuerdos compartidos de nuestros viajes por el mundo, de Emili de Balanzó y Oscar Sintes, amigos y compañeros de UCI que no pudieron resistir el ataque del virus, y del vacío de estos dos meses borrados de su memoria y que pretende rellenar con nuestros testimonios y las risas recobradas.

- ¡Qué mal lo habréis pasado por mi culpa!- me espeta como si él viniera de unas vacaciones en el Caribe.

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Y me voy perplejo, maravillado y feliz por el prodigio de la vida recobrada.

23-V-20 Sábado
El mundo entero está liado con los respectivos desconfinamientos. Es interesante lo que ocurre en los países nórdicos donde los suecos habían optado por apelar a la responsabilidad de la ciudadanía, lo cual queda muy bien y tiene sus fundamentos (principalmente que se muera quien se tiene que morir). También Trump, Johnson y Bolsonaro apelaron a la libertad y a la responsabilidad individual y ya sabemos cómo les ha ido. Algo falla en esta teoría cuando la cifra de muertos y contagiados suecos, por ejemplo, triplica la de sus vecinos noruegos, daneses y finlandeses, que sí confinaron a a la población y cerraron sus fronteras. Y para más inri, las perspectivas económicas de los suecos no son mejores que las de sus vecinos. Veremos las de Norteamérica y Reino Unido… Pero que no decaiga la juerga, libertad ante todo.

24-V-20 Domingo
«¿Por qué lo llaman libertad cuando quieren decir poder?», titula su artículo sabatino en «El País» el escritor Julio Llamazares, quien argumenta: «Cuando la gente grita ‘¡libertad!’ desde los balcones o en las manifestaciones, lo que está diciendo realmente es ‘¡devolvednos el poder, que es nuestro!’. Solo de esta manera se explica que gritar ‘¡Libertad!’ no le cueste a nadie su detención, cosa que sucedería si verdaderamente no la hubiera, como más de uno y más de dos pueden atestiguar en nuestro país.»

25-V-20 Lunes
Gente sin mascarillas a menos de dos palmos de distancia, jóvenes enfrentándose a trabajadores de comercios que pretenden que se cumplan las normas, en base al racial «¿quién me va decir a mí?», son imágenes (me gustaría pensar que anecdóticas, minoritarias) que corroboran la escasa pedagogía de civismo que se ha practicado en nuestro país durante estos meses de confinamiento por parte de opinadores, y ciertos medios de comunicación. La bronca permanente, la apelación constante a una peculiar idea de libertad, tipo ‘real gana’, tiene estas consecuencias. Y no voy a pedir excusas por ser tan reiterativo con este asunto. Nos jugamos un rebrote que puede ser dantesco.

27-V-20 Miércoles
De indecente y canallesca tilda Iñaki Gabilondo a la clase política en su comentario matutino en la radio, una de las pocas voces que pueden escucharse sin echarse las manos a la cabeza. Y el diagnóstico me lo confirman luego los propios diputados en otra lamentable actuación en el Congreso, en la que, después de sacar a pasear muertos y etarras como de costumbre (penosa), se llega a la vileza de llamar «hijo de terrorista» y «terrorista político» a uno de ellos. No resisto más y desconecto. ¿Hasta dónde piensan llegar sus señorías? ¿Hasta que surja el Trump hispano a poner orden?