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En el alma del ser humano coexisten dos fuerzas comunicantes, antagónicas, tan dispares como el cuerpo y el espíritu y por consiguiente lo que se echa demás a uno se le hurta al otro y viceversa. Por su presunta inmortalidad el espíritu goza de supremacía sobre su compañero de fatigas. No es pues conveniente un trasvase a ultranza a la zona carnal. La gula y la adicción etílica minan el espiritualismo mientras lo eleva la moderación. Las adicciones corporales empeoran además las relaciones interpersonales. Un sujeto sexuado por ejemplo no suele atisbar a una persona, sino a una hembra o a un macho, cuando el indicador de la mesura registra manifiestamente que debemos equilibrar la relación, distinguiendo, sino a una persona, al menos a una mujer o a un hombre.

Entiende en general la sociedad que adicciones glotonas o líquidas pueden rebajar la calidad íntima de la persona, pero no así el sexo por lo que voy a dedicar unas líneas al pastel más apetitoso del planeta.

Dios proporcionó al cuerpo humano un órgano con el fin de elaborar nuevas criaturas y consecuentemente el resto de combinaciones genitales sin un fin pro creativo quebranta los conceptos universales. El ensueño que produce la posibilidad de recibir como dádiva un nuevo ser sublima el acto amoroso a la universalidad y sin ella lo rebaja a ras del suelo o en este caso de la cama.

En el entramado de la pareja, en una pareja estable, matrimonial o no matrimonial, el acto sexual, denegando la procreación, lía la relación conyugal. La irregular fusión de los cuerpos enerva los respectivos espíritus. El sexo proporciona ciertamente una algazara puntual, pero impide la plena complementación de la pareja. No la desune, pero la tensa, impidiendo la absoluta paz conyugal.

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De todos modos la pujanza del cuerpo en la primera etapa de la vida desequilibra cualquier acción en favor suyo. Durante bastantes años la persona transita por veredas en busca de su identidad y dispone de licencia para los ensayos. Pero cuando se contrae la piel y surgen las arrugas, la eclosión del espíritu lo transporta al mismísimo centro de la sinfonía vital. De menos a más, el acto sexual, no pro creativo, tensa subrepticiamente cualquier alianza. De todos modos el espíritu entiende las puntuales inflamaciones del cuerpo, lo que no soporta es la sensualidad.

Quiero que entienda usted que el espíritu tiene un talante sensiblero y no admite confrontaciones con las ‘necesidades’ corporales… Estoy exponiendo cómo funciona el mecanismo de la persona… no lo que está bien o lo que está mal… esto lo delego en usted.

Piense que cuando el cuerpo fenezca el espíritu subsiste. Reconvertir pues material físico en espiritual es sin duda aconsejable para nuestros intereses. En palabras populistas: desgajada la vaina, el grano será de calidad si se cuidó con esmero.

Naturalmente me sienta fatal ser tan drástico en mis exposiciones. Si en mi juventud alguien me soplaba el alegato que contiene este capítulo me apartaba de él como si se tratara del mismísimo diablo. Pero, ahora, tras siete décadas y media, entreveo que la vida es un sendero, recorrido a pie, en bicicleta o en scooter, pero en motocicleta de cilindrada superior la persona se deja a Dios en cualquier curva de las entrañas.