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Sucede con las mentiras igual que con los tumores, que hay de benignas y de malignas. Entre las primeras están las que se formulan para no herir. Por ejemplo: usted se encuentra con un conocido que acaba de tener un hijo y, al presentártelo, observa que la criatura no es especialmente agraciada. Al preguntarle el progenitor «¿A que es mono, verdad?», pues, ¡hombre!, usted asiente, aunque en su fuero interno piense que la criatura tiene un sospechoso parecido con Frankenstein. Antiguamente se hablaba de falacias piadosas, pero términos como este, y otros muchos (virtud, caridad…), han caído en desuso por aquello de la laicidad…

También existen las mentiras que uno formula en defensa propia. Cuando un amigo te inquiere si conoces a alguien y tú, sincero, le dices que no, la has fastidiado… Porque, indefectiblemente, ese amigo se empecinará en demostrarte que sí… «Seguro que lo conoces, Juanlu. Su padre tenía una barbería y se llamaba Pepe…» Pero no queda ahí la cosa, porque si sigues poniendo cara de bobalicón, tu inquisidor decidirá insistir implacablemente, como si ese conocimiento fuera vital para el mundo mundial… «¿No te acuerdas? Su esposa era una señora gorda, antipática ella, que tenía una lechería en…». Tras tres horas de interrogatorio, vencidas y desarmadas las esperanzas puestas en un inminente silencio, uno cede y, ¡natural!, miente… «¡Ahora caigo, Segis! ¡Efectivamente! Si éramos amigos» – le espetas-. Tu interlocutor entonces sonríe henchido de gozo para soltarte un lacerante «Ya lo sabía yo, Juanlu, ya sabía yo que tenías que conocerlo. ¡A la fuerza!».

Pero hay otras… Malignas. No entrarás en las falsedades relacionadas con el amor, porque tus cuatro mil dígitos lo hacen del todo inviable… Baste con decir que esas son gordísimas y, con frecuencia, hieren… Pero tú y usted, de eso, sabéis un poco, más o menos como todo hijo de vecino…

Tampoco conviene olvidarse, ni por asomo, de aquellas que cabrean mogollón al formularse desde la convicción de que uno es un gilipuertas… «Son 299’99. Oferta limitada.» ¡Y una caquita! ¡Son trescientos euracos, chaval! Luego hay bancos amables. ¿Amables? Dependerá del saldo de cada cual, por aquello tan manido de que «tanto tienes tanto vales»… Y si uno es tan gili que se lo cree, pues que se dé una vueltecilla por la entidad teniendo en su cartilla 12’99 euros… Entonces comprobará como la gentileza guarda estrecha relación con las cifras… «¿Amable? –le inquirirá el empleado de turno-. ¡Pero si usted tiene en su cuenta 12’99, capullín!» A lo que usted, herido, responderá: «¡Oiga, que son casi 13!»…

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Y así todas las entidades comerciales, de diversa índole y condición: «¡Pensamos en ti!» (puede que Hacienda, sí) «’Nomedesproblemas’ seguros. Unos seguros humanos» Y lo serán, mientras no se te inunde la casa o te la pegues con el coche…

Por no hablar de las teletiendas en casa. Si usted padece de insomnio no las mire. Porque amén de mentir, se aprovechan de la nocturnidad, de tu falta de sueño y de tu momentánea debilidad. Le aseguro que ese aparato de gimnasia no le hará aumentar su musculatura, ni, estando calvo, ese crecepelo le hará un adonis, ni ese pincel le mudará en un extraordinario pintor de brocha gorda…

Y, finalmente… ¿Lo adivina? ¡Natural! Los políticos. Incluso los ministros, que mienten y reiteran la mentira, incluso, sí, en sede parlamentaria, creyendo que repetir una necedad la convierte en verdad… ¡Dios! ¿Pero qué te enseñó tu santo padre cuando te dijo aquello tan bonito de que «había que ir con la verdad por delante»? Algo parecido a lo que señaló un tal Mahatma Gandhi: «Más vale ser vencido diciendo la verdad que triunfar con la mentira». Por eso, tal vez, ganen siempre los canallas…

Finalmente le ruego que, por favor, no me haga ahora, influido, la locura de ir por ahí, de pronto, diciendo verdades… Me haría sentir responsable. No vaya a ser que, efectivamente, requiera en un pis pas de una póliza de defunción, aunque, de seguro, esta sería… Muy amable…